Cuando en el fútbol se producen este tipo de hemorragias por desacato a la inteligencia y falta de respeto a la opinión pública y, sobre todo, a las personas que componen la masa social del club, se solicitan cabezas en la garrocha. Las de Lalo Arantegui, Luis Carlos Cuartero y Christian Lapetra se han ganado un lugar de honor bajo el filo de la espada, unos por incompetentes y otro por figurante a sueldo. Los tres por una servidumbre que va más allá de los límites que exige la lealtad a la empresa para la que trabajan. También por lucir con desparpajo la soberbia y desoír las trompetas que anunciaban este cataclismo. No tienen un minuto más en sus cargos, ni siquiera deberían sostenerles cláusulas de rescisión de contrato leoninas, alguna de ellas selladas por decreto del antiguo propietario. Ya no es una cuestión de fobias o de ira, sino un gesto acorde con errores personales de tal calado que han puesto en serio peligro la continuidad de una institución universal en esta tierra como el Real Zaragoza. El equipo cayó a lo más bajo en Castellón, con chicos de la cantera expuestos al frente de una peligrosa misión que no les corresponde y un entrenador, Iván Martínez, superado por todo y por nada, porque, por enésima vez, se demostró que la plantilla la ha confeccionado el enemigo. Y lo ha hecho con saña. Con nocturnidad y alevosía.

El técnico, el último en llegar sin ser presentado, será el primero es subir al cadalso, con un daño considerable a las espaldas de su mínima carrera profesional que tendrá que ir mitigando con el tiempo y nuevas experiencias. Y escuchará muchas cosas, algunas de ellas desagradables por haber salido en esa foto desenfocada por otros. Los jugadores también han sido masacrados por su incuestionable perfil bajo y también por una supuesta falta de compromiso que no se corresponde a la realidad. Su calidad es la que es, pero nunca se ha palpado deserción alguna. Reunidos en un estadio para afrontar un encuentro, difícilmente ganarán ni con Víctor Fernández, que ahora ha dado marcha atrás para regresar, ni con los siete sabios de la antigua Grecia. Ese es su crimen. El arma, sin embargo, está en otras manos, en quienes les contrataron y airearon otro campaña que el Real Zaragoza, por historia, debía aspirar a lo máximo. Otra vez aparecen Arantegui, Lapetra y porque el que calla otorga, Cuartero. ¿Y la Fundación 2032? Ha sorteado muchas curvas, siete temporadas de fracasos deportivos, con el pie en el freno, y tirando del freno de mano de quienes podían criticarles o ponerles en evidencia. La verdad, trágica pero elaborada con su consentimiento y muchos caprichos de niño rico, les impide a día de hoy escudarse en los silencios propios y ajenos.

El contexto sitúa a la Fundación y sus componentes en primera plana de la actualidad y de la responsabilidad. Agotadas todas las dianas, están en el punto de mira, obligados a confirmar que, como se presentaron en su día, son los salvadores del Real Zaragoza que agoniza por su mala praxis, por carecer de la cultura de este mundo y por depositar su confianza en cualquiera que no rechiste. La fórmula para remediar la hecatombe que se avecina no es sencilla... O sí. Quizás tengan que exponer más su patrimonio personal y dejarse guiar por manos limpias y desinteresadas. Han de responder ante la hinchada, frente a la ciudad y su economía y la historia, por un Real Zaragoza que necesita una transfusión de capital y de sangre nueva y memos comunicados desde la cara oculta de los despachos. El problema es que la poesía y las finanzas no mezclan demasiado bien. En cualquier caso, peor negocio es que se les señale como los promotores de la desaparición del club.