Cuatro temporadas y 144 partidos oficiales contemplan a Gabi de zaragocista. Salió por la puerta de atrás del Atlético y en el Zaragoza vivió un descenso, un ascenso y dos permanencias agónicas para ir progresando como jugador, ser capitán e ídolo en La Romareda y, sobre todo, para que la puerta rojiblanca se le volviera a abrir y pudiera vivir junto a Simeone la etapa dorada de ese equipo antes de que una cuantiosa oferta le llevara a Qatar.

—¿Cuáles son sus primeros pasos en el fútbol?

—Empiezo a jugar en un equipo que crea mi padre, yo estaba jugando todo el día en la calle y él se reúne con los padres de mis amigos para formar el San Eladio, que es una iglesia de Leganés. Vivíamos al lado y por eso el nombre. Y ahí empieza todo, a mí me hacía feliz estar pegado al balón todo el día.

—Y después…

—Estoy cuatro años en ese equipo y en Infantil B hago una prueba con un filial del Atlético, el Amorós, y empecé ahí a vestir esa camiseta y a coger ese sentimiento. Fui subiendo en esa cantera y jugué el Mundial sub-20, en Emiratos Árabes, fuimos subcampeones en una selección donde estaban Iniesta o Sergio García. Luego di el salto al primer equipo, aunque con poca participación. De ahí la cesión al Getafe.

—Y su fichaje por el Zaragoza en febrero del 2007, tras el mercado de enero. No esperó al final del curso para hacerlo oficial.

—Acababa contrato en ese verano y tenía varias ofertas. En el Zaragoza se interesaron mucho por mí, el club estaba peleando por los puestos de arriba y era un buen proyecto, atractivo. Decidí que antes de que se supiera por otras vías hacerlo oficial que había firmado por el Zaragoza.

—¿Quién contacta con usted?

—El primero que viene a verme y a hablar es Miguel Pardeza, fui yo a la oficina de mi representante y estaba él allí. Fue todo muy rápido, no me lo pensé mucho, porque me convencía todo de venir.

—Sin embargo, llega a un Zaragoza que pensaba en la Champions y que acaba bajando en la 07-08. ¿Qué pasó?

—Había una gran plantilla, con muchos jugadores de un nivel enorme pero no había un equipo. Tener grandes futbolistas no es lo mismo que tener un buen bloque y nos costó muchísimo esa unión en el grupo. Cuando pasan tantas cosas, hay tanto desequilibrio deportivo y tanta inestabilidad en el club, un vestuario es complicado que esté unido. Y había muchas nacionalidades, muchos extranjeros y otros tantos jugadores nuevos y no logramos entre todos sacarlo adelante.

—¿Pudo irse tras el descenso?

—Tuve ofertas, pero la única opción para mí era permanecer en el Zaragoza para volver a llevarlo a Primera. De alguna manera me sentía en deuda porque me había dado la oportunidad de darme a conocer. No quise irme. Creo que todos los que estuvimos en ese año del descenso estábamos en deuda con el Zaragoza y los que quisieron se quedaron. Y esa decisión de quedarme por lo que vino después fue la más acertada.

—Llega Marcelino ese verano y se hace un proyecto para subir en un año, lo que se consigue.

—Pero costó mucho, lograrlo en un año no fue nada sencillo, porque éramos bastantes jugadores que no teníamos esa experiencia en Segunda. Logramos ser un bloque muy competitivo, compacto y se sacó adelante gracias a la unión del vestuario y al trabajo de todos. Marcelino fue muy importante en mi carrera, porque me dio toda la confianza del mundo, desde el primer momento me dio las riendas. Y siempre le estaré agradecido.

—En Primera de nuevo se vive un año convulso.

—Sí, no empezamos bien y llegó la salida del míster. Y cuando llega un nuevo entrenador tras uno que ha confiado tanto en ti puede pasar que no tengas tantas oportunidades. Aurelio (Gay) no me puso al principio, no tenía él esa confianza en mí, pero yo le demostré que tenía que jugar, que podía tirar del carro como el que más. Es que al final cae todo por su propio peso, no depende todo tanto del entrenador, sino del jugador y yo siempre he tenido las cosas claras, sabiendo que el trabajo se paga y da frutos. Y fue así.

—En esa temporada y en la 10-11 hubo dos permanencias agónicas. ¿Cuál lo fue más?

—La de la segunda. Mucho más. Fue un año caótico, nos jugamos todo en la recta final y en ese partido contra el Levante fue todo a una carta, con la responsabilidad que implicaba porque sabes cómo se vive el fútbol en Zaragoza y lo que suponía bajar.

—Aquel partido es su último aquí y se va con dos goles.

—Fue uno de los más especiales de mi carrera, por lo que significó para la gente, por la ilusión que vi en aquellas gradas, además de tener la suerte de hacer esos dos goles y ser el capitán de ese equipo. Para mí fue un orgullo y es un día que recordaré siempre.

Gabi, en el 2011, con la camiseta del Zaragoza, en un partido contra el Atlético en La Romareda. Foto: NURIA SOLER

—Aún está pendiente el juicio que empezará en septiembre por el supuesto amaño.

—No quiero hablar mucho de eso, pero es difícil asumir que te intenten manchar la imagen de esa manera. Todos declaramos ya y, si hay que volver a hacerlo, se hará. Todo ese gran trabajo que hizo el equipo no lo puede empañar un proceso que viene ahora después de ocho años. Ese año sufrimos y trabajamos muchísimo, fue una permanencia muy merecida.

—Lograda con Javier Aguirre. ¿Qué recuerdos tiene de él?

—Yo lo conocía ya del Atlético, donde no tuve muchos minutos con él, porque quizá no estaba preparado aún para jugar allí. Es un entrenador que confía mucho en el jugador, que sabe llevar el vestuario. Eso es un valor fundamental en los momentos duros.

—No solo usted llevaba las riendas, del Zaragoza tiraban mucho por ejemplo Ander y Ponzio.

—Dos jugadores que sentían de verdad el Zaragoza y que fueron fundamentales. Yo no he jugado con otro compañero que sintiera este club como Ander, ese sentimiento ayuda mucho en los momentos difíciles. Y Leo siempre tuvo una implicación máxima en sus dos etapas en Zaragoza.

—Ya pasado el tiempo, ¿qué opinión le merece Agapito Iglesias?

—Nunca tuve un encontronazo ni un problema con él y no puedo hablar mal de un dirigente que intentó hacer las cosas bien y le salió todo mal. En el año del descenso es que era inesperado que un equipo así bajara y, a partir de ahí, todo fue un derrumbe constante, se fue todo a pique.

—Los impagos, la deuda astronómica, el concurso…

—El concurso se declaró cuando yo salí del club, poco tiempo después, pero es obvio que ese proceso de deudas y de impagos fue el culmen de una época mala para el Zaragoza. Para muchos desde luego es una etapa para olvidar, aunque insisto en que sus intenciones, por los primeros equipos que se formaron cuando llegó, eran las de hacer un Zaragoza importante.

—Al final su presencia provocaba una crispación permanente, un mal clima social.

—Y la inestabilidad nunca es buena. La había de manera brutal, en la calle y en el campo, y eso se transmite a los jugadores. No te puedes abstraer, es imposible muchas veces. De todas formas, creo que en las situaciones malas la afición supo entender que lo importante era el equipo y hubo una comunión que fue lo más importante para salir adelante.

—Regresa en el 2011 al Atlético.

—Que pagó creo recordar tres millones por mí y había ahí un cierto favor por lo que el Zaragoza había pagado cuando me firmó en 2007. Entendía que ese era el momento para volver, tuve varias ofertas pero no me decidí hasta la permanencia. Tomé la decisión desde el corazón, porque pude ir al Villarreal, que iba a jugar Champions.

—Al poco de llegar usted al Atlético aterrizó Simeone. Y todo cambió allí. ¿Le ha marcado mucho el Cholo

—Es el entrenador que me ha sacado más rendimiento. Yo estoy agradecido a todos los técnicos, de todos se aprende, pero con el Cholo he vivido una etapa muy exitosa, donde conseguimos estabilizar a un club caótico en lo económico y en lo deportivo. Ahora se ha convertido en uno de los mejores equipos del mundo.

—En su carrera le acompañó el ‘sambenito’ de jugador físico, de ser solo un trotón

—Yo me fui adaptando en mi carrera a las situaciones. En Zaragoza llegué a marcar 12 goles en la última temporada, tenía llegada y era un jugador más creativo. En el Atlético mi función fue otra, porque el estilo era otro. Siempre me puse a disposición del equipo. Si volviera a tener una carrera mi lema de cumplir con la consigna del entrenador sería el mismo.

—¿Y la selección absoluta?

—Me quedó esa espinita, sí. Fue la época dorada de la selección, que lo ganó todo y el seleccionador confiaba mucho en los que iban. Era normal no entrar. No hay un reproche ni nada, di lo máximo y simplemente no me tocó.

—¿Qué significado tiene el paso por el Real Zaragoza en su carrera deportiva?

—Es el equipo que me dio la posibilidad de progresar no solo como futbolista sino como persona, fue una etapa clave en mi vida para lo que vino después, los títulos y el reconocimiento en el Atlético. Me forjó ese espíritu, esa experiencia y me hizo madurar muy deprisa, además de que me puso ahí, en la posibilidad de regresar. No fueron los mejores años, con una etapa bastante convulsa, pero me agarré a mi manera de entender la vida y el fútbol y logré convertirme en un referente para la gente de Zaragoza y para ayudar a lograr objetivos que quizá no eran los esperados, pero que se hicieron realidades.

—Si el Atlético es el club de su vida, el Zaragoza es…

—Mi segundo club. Ojalá en un futuro pueda ayudarles. Me gustaría que el equipo regresara a Primera, donde merece estar, por afición, por historia y por todo.

—¿Ayudar? ¿Con las botas puestas en el césped?

—Seguro que podré ayudar de alguna manera. Con las botas no creo que llegue a tiempo (sonríe), ojalá pudiera, pero cuando estás tantos años en el fútbol hay otros mecanismos para poder ayudar.

—En Gabi hay entrenador o director deportivo en ciernes…

—Poco a poco te vas dando cuenta de cuál es tu camino, de cómo quieres encarrilarlo. Me prepararé para ser entrenador y también para director deportivo, porque quiero estar vinculado al fútbol. Ya veremos a ver en un par de años dónde puedo estar.

—¿Eso, un par de años más, es lo que le queda de fútbol?

—Eso es lo que tengo firmado en el Al Sadd. Cuando acabe tendré 37 años y, a no ser que me encuentre muy bien y no haya tenido ninguna lesión, supongo que el final ya estará cerca. Me planteo mi vida año a año porque creo que es lo más sensato.

—¿Qué le decidió para irse?

—La propuesta económica. Es que no puedo mentir a nadie, con 35 años y que un club me dé una oferta como esta de tanto tiempo, era inviable en el Atlético o en otro equipo en España, porque allí mi rendimiento, como es normal, iría bajando.

—¿Qué le parece el momento del Zaragoza?

—Está viviendo un año duro, donde ha faltado regularidad, que es lo que mantiene a un equipo arriba y con opciones. Con la llegada de Víctor han remontado el vuelo, se ve otra cosa y si siguen esta línea hay tiempo para todo. Equipo suficiente tienen para eso.

—A Víctor usted lo conoce bien.

—Fue mi primer entrenador allí. Conoce bien el club y, si había alguien preparado y con conocimiento de todo lo que implica Zaragoza, es él. Ojalá le vaya bien, porque se lo merece, y hasta ahora las victorias hablan bien de su trabajo. Su idea es siempre un fútbol vistoso, pero va a depender de los resultados, porque eso es lo prioritario por encima de la vistosidad.