El Real Zaragoza se está acostumbrando a jugar bien para ganar. Luego puede conseguirlo o no, una afirmación tan obvia que cae por su propio peso, porque el deporte tiene ese cariz impredecible que lo hace tan mágico, pero con su fútbol se acerca al triunfo. Tiene un gen ganador innato, un espíritu competitivo difícil de conseguir y más todavía de mantener en el tiempo, pero el equipo aragonés lo posee y lo pone en práctica cada día.

Este Real Zaragoza ha conseguido que la Copa del Rey no estorbe, que ese regusto de dulzura en el paladar se convierta en una tímida dosis de impaciencia por ver hasta dónde puede llegar en una Copa plagada de humildes, pero en el que ya se acercan las fieras. Pero mientras tanto, el Zaragoza disfruta con su torneo fetiche mientras refuerza sus cimientos futbolísticos. Está dignificando una Copa que puede resultar incómoda, pero que allana el camino hacia el ascenso en aspectos intangibles. El conjunto blanquillo tiene el hábito de vencer, un chute de moral para la plantilla. Desde el triunfo siempre todo es más fácil.

Cierto es que el rival, el Mallorca, era de la parte baja de la tabla de Primera, que es un recién ascendido que hace unos meses estaba luchando con el Zaragoza en la categoría de plata, que llegó plagado de suplentes y que hacía poco más de 48 horas estaba en la isla goleando a todo un Valencia en su guerra principal, la Liga. Los bermellones actuaron con cierta desgana ante una Copa que le molestaba más que al Zaragoza, pero hay que ganar a un equipo de Primera. Como si fuese sencillo.

Parecido le puede suceder al conjunto aragonés. Está centrado en su principal objetivo, pero con la Copa también se hace camino. Jugó Víctor Fernández con muchos habituales suplentes, que respondieron y con una nota bastante más alta que lo visto en Socuéllamos y Tarragona. A falta de los refuerzos que terminen de perfilar la plantilla y a la espera de Pereira, otros futbolistas entraron a escena, jugadores que deben sentirse importantes y partícipes de esta bendita locura.

Álex Blanco obtuvo el premio del gol tras unas jornadas de progresión hacia arriba, Soro regresó tras su amigdalitis con energía, ímpetu, verticalidad, desmarques y una asistencia a Linares, un delantero de innegable pelea, pura entrega y corazón zaragocista. Kagawa dejó, especialmente en la primera mitad, detalles técnicos de calidad y juego entre líneas, Simone Grippo se mostró sólido y seguro al lado de Atienza, Javi Ros manejó a su antojo el juego blanquillo y Clemente dejó atrás las dudas de su aprendizaje en el lateral izquierdo a base de buena defensa, incorporaciones inteligentes y una visión de juego al alcance de pocos zagueros. El canterano solventó una nueva prueba de Víctor Fernández en un escenario idílico para ello como la Copa.

Reconocible y autoritario

Pero más allá de nombres destacados, que están enchufados y listos para aportar en la causa común, el Zaragoza obtuvo una gran victoria moral. Refuerza su idea de juego con otros actores, algo de dificultad máxima y síntoma de madurez futbolística. A pesar de las circunstancias del duelo y del desaliento del Mallorca, el equipo aragonés jugó como en un partido de Liga en La Romareda.

Los blanquillos dominaron la pelota, las transiciones, la ocupación de los espacios, abrió a la banda con facilidad y movió de lado a lado a un Mallorca a merced. Se jugó a lo que quiso el Zaragoza, un aspecto a ponderar. Se está logrando un equipo reconocible, especialmente en casa, que busca a su rival con alegría atacante y que entretiene a una hinchada que con 3-0 se arrancó a cantar olés. Porque disfruta con la Copa y con su Zaragoza, con el que se identifica por ese gen ganador que muestra. Ganar y ganar. La Copa se acabará, pero mientras tanto refuerza al equipo.