Para quienes hemos visto fútbol de todos los colores, descubrir LaLiga Genuine Santander en el serial de partidos amistosos que han disputado las escuelas del Real Zaragoza y la SD Huesca en la Ciudad Deportiva, nos ha descubierto que en nuestra paleta faltaba una pigmentación importante. De tanto rodar detrás de lo evidente, acabas en un viaje circular en el que casi ningún paisaje te sorprende por conocido, por ya visitado en otra época o regate. Es un deporte maravilloso que alcanza su cumbre interpretativa en el profesionalismo, pero esa escalera está formada por peldaños que poseen vida propia al margen de un mayor o menor reconocimiento popular. Uno de ellos es esta competición, cuyo requisito indispensable consiste en documentar una discapacidad intelectual mínima de 33%. Lo que parece una barrera es, simplemente, esa tonalidad distinta y sin embargo familiar que completa el juego como universo democrático donde cada persona, si así lo desea, tiene su lugar.

Detenerse o entretenerse en la información básica de estos equipos es una pérdida de tiempo. Porque lo diferencial de estos chicos y chicas, hombres y mujeres, que corren detrás de un balón para darle sentido durante cuatro tiempos de diez minutos en un campo de fútbol 8, se encuentra bajo la primera capa. Para llegar al fondo, no hace falta escarbar demasiado porque todo se reconoce a flor de piel: son singulares, sí, aunque no por las limitaciones que les ha impuesto la naturaleza en uno u otro grado, sino por la pureza de sus gestos. Se rigen por una estrategia, guiados por líderes y entrenadores en ambas bandas, y poseen conceptos individuales y colectivos en beneficio del equipo (alguna vez hay que chupar, faltaría más). Marcan goles de bandera, defienden con fiereza y se esfuerzan hasta la última gota de oxígeno. Como son muchos, van rotando sin privilegios, con idéntica alegría si entran o salen. La cuestión es participar. Y abrazarse mucho. Todo lo que haga falta.

Volvamos a su esencia, a lo que realmente les distingue. Juegan por jugar para atrapar la felicidad, que en nada tiene que ver con la victoria. Ni los ganadores se sienten superiores ni los vencidos se deprimen. Comparten emociones y las expresan en un marco ajeno a la competitividad, sin apenas cometer faltas, dirigiéndose al árbitro tan solo para preguntarle si le ha gustado el pase o el tiro que acaban de hacer... Apasionados, educados, ambiciosos de la diversión y de pertenecer a dos clubes, Real Zaragoza y SD Huesca, que les miman, les enseñan y les ofrecen la oportunidad de sentirse como deben, importantes y a la vez humildes. Generosos.

Al final de los encuentros, mientras caía la tarde sin prisa, se manifestó en todo su esplendor la tonalidad que nos faltaba a quienes creíamos haber relatado todos los colores de este arco iris. Los jugadores, blanquillos, tomates, azulgrana o con la cruz de San Jorge en el pecho, corrieron hacia sus familiares para entregarles su cariño, el gran trofeo que figura en las vitrinas de sus corazones. Muchos se fundieron entre ellos sin distinguir camiseta, ni escudo, ni nacionalidad, ni género. Genuinos de principio a fin.