Alberto Zapater jugó otro partido contra el Córdoba mientras sus compañeros iban y venían perdidos por la espesa niebla del cero a la izquierda. Sin saber cómo ganar al penúltimo. No fue ni bueno ni malo. Importante, eso sí. Muy importante. Desplazado a la izquierda de un trivote paquidérmico, visiblemente afectado por cada esfuerzo por mínimo que fuera, expuesto muchas veces a la velocidad de unos rivales más jóvenes y frescos, la entrega del capitán resultó por momentos emotiva. La naturaleza le frena y la posición le martiriza, pero no renuncia a nada. A la bicicleta atrevida, a la asistencia con la zurda, al lanzamiento directo de falta (¡Uy!). A ser secundario cuando le toca. Al pase de gol a un Jorge Pombo que brilló en la definición y que mejoró bastante con respecto a anteriores participaciones gracias, sobre todo, al sacrificio descomunal del centrocampista ejeano, que parecía descacharrarse en cada carrera.

Cristian detuvo un penalti... Hizo muy bien su trabajo al evitar que volaran dos puntos más de La Romareda, que se posara sobre el equipo el pánico de un empate que hubiera resultado demoledor psicológicamente. Se esperaba mucho más a Borja Iglesias para derribar al Córdoba, pero el delantero protagonizó un encuentro terrible, de torpezas constantes, rubricado con el error desde los once metros cuando más necesitaba el Real Zaragoza despegarse en el marcador. Sin el punta, la orfandad estrangula a unos futbolistas muy limitados, de chispazos colegiales y nulo rigor táctico en los repliegues, donde la baja forma de Benito estuvo a punto de costar un grave disgusto al conjunto de Natxo González.

El 1-0 alivia corazones pero no consuela a los espíritus porque ese balsámico triunfo solo suma en la calculadora, que por otra parte no es poco en lo crematístico. Se volvió a sufrir en la recta final --y antes también-- con arrugada personalidad, agotamiento mental y despejes indignos, con el Córdoba ejerciendo de terrateniente al borde del área zaragocista. Los andaluces llamaron a la puerta de Cristian con los nudillos y esa fue la gran clave de que el Real Zaragoza se llevara un partido malo de solemnidad, de los que se disputan entre pesos mosca de la competición.

Zapater no estuvo ni siquiera bien en el desenfreno global. Las notas de la prensa, posiblemente, no le destacarán. Tampoco estuvo mal. Fue, eso sí, importante. Mucho. ¿Por qué? Porque pese a que los pulmones y las piernas se le agrietaron, es un aún un profesional y sabe qué códigos descifrar en cada momento. Debería dar clases particulares a la mayoría. Sin traductor porque habla más claro que nadie.