Todo esto ha perdido el Real Zaragoza en poco más de dos semanas. La dinámica ganadora, la frescura, la confianza, la solidez, la potencia física, la capacidad de resistencia, la finura, la segunda posición de ascenso directo, los cinco puntos de ventaja sobre el Huesca y hasta la suerte de cara cuando había que tenerla. El equipo aragonés había alcanzado un grado de madurez muy cercano a su plenitud. Pero donde antes solo había virtudes, ahora han aparecido las deficiencias.

Después del parón, de terrible daño por sus consecuencias, el Real Zaragoza solo ha sumado seis puntos de 18 posibles, con cuatro derrotas y dos victorias (contra el penúltimo y el antepenúltimo) y ha perdido todos los partidos en La Romareda, tres (Alcorcón, Almería y Huesca, con los efectos consiguientes en el caso de los dos rivales directos), un estadio huérfano, vacío de público y vacío de juego. Tras el confinamiento, el equipo sufrió las lesiones de Puado y Vigaray, dos piezas claves, con lo que la plantilla se estrechó todavía más y la acumulación de esfuerzos continuados en determinados jugadores ha acabado siendo un problema mayor. Luis Suárez es el principal ejemplo.

En este armario hay menos fondo que en otros. A ello hay que sumar el bajísimo estado de forma de habituales como Atienza o Burgui y de algunos que entran y salen como James, irreconocible. El fútbol se ha vuelto plomizo, sin aquella chispa que encendía todas las luces, sin posibilidad de presión alta por la imposibilidad de alargar los sacrificios físicos. Antes del parón, al Zaragoza era muy difícil ganarle. Ahora es relativamente sencillo.

No es una cuestión de mala actitud, simplemente estamos ante la suma de una serie de factores negativos que, por el momento, dan como resultado que al Zaragoza no le alcanza. Ese es el trabajo al que se enfrenta Víctor: hallar la fórmula para sumar activos suficientes para volver a ganar con regularidad. No será fácil. Si algo no hay es tiempo. Aunque, paradójicamente, tiempo hay.