—Permaneció diez años en el Real Zaragoza. ¿Qué es lo primero que se le viene a la mente cuando echa la vista atrás?

—Muchas cosas. Lo primero, los grandes compañeros que tuve. Una década da para mucho y yo puedo sentirme orgulloso de los jugadores con los que compartí vestuario. Y no solo en el primer equipo, sino también en el juvenil y en el Deportivo Aragón. Con los juveniles, además, quedamos subcampeones de España tras perder la final con el Barcelona. Son recuerdos muy buenos, sobre todo, de una afición que es una maravilla.

—¿Cómo llegó a la Ciudad Deportiva?

—Desde el Robres, en Regional Preferente. Ahí pasé un año muy bueno con un gran entrenador, Miguel Conte, ya fallecido. Me acuerdo mucho de Robres y de su gente, que me trató siempre fenomenal. Desde ahí pasé al Zaragoza, donde estuve casi toda mi carrera hasta que recalé en Las Palmas, con 29 años, y equipo en el que permanecí tres años hasta que me retiré.

—Pero siendo de Benasque, ¿cómo fue a parar a Robres?

—Estaba haciendo el Bachiller en Barbastro y en el último año pasé a jugar en el Robres por medio de un chico de Eriste (un pueblo de al lado de Benasque) que jugaba en el Robres y que comentó en el equipo que en Benasque había dos o tres chavales que jugaban muy bien. Uno de ellos era José Ignacio Abadías, el alcalde, otro mi hermano Faustino, que ahora es médico, y el otro yo. Nos vieron jugar y nos ficharon. Mi hermano y José Ignacio podían haber llegado lejos porque eran muy buenos, pero el segundo quería estar en Benasque y yo, que estaba estudiando en Barbastro, fui a jugar los domingos a Robres pero bajo la condición impuesta por mi padre de que tenía que estar por la noche en Barbastro para ir a clase al día siguiente.

—Y de ahí a Zaragoza, aunque luego estuvo unos meses en Jaca, ¿no?

—En el Jacetano, sí, entre mi etapa en el Zaragoza juvenil y el Aragón, donde solo estuve tres meses porque Boskov me reclamó para el primer equipo. Con 19 años estaba jugando ya en el Zaragoza.

—Le pasaron muchas cosas en poco tiempo.

—Es cierto. Recuerdo que en el juvenil y en el Aragón teníamos un preparador físico, José Luis Torrado, al que llamaban El Brujo, que nos hacía trabajar mucho pero que era una gran ayuda para nosotros. Tampoco se me olvidará jamás Luis Costa, que me entrenó en el Aragón y en el primer equipo y con el que conquistamos la Copa del Rey de 1986 ante el Barcelona; o Manolo Villanova. También Leo Beenhakker.

—¿Quién le marcó más?

—Hombre, subir de repente al primer equipo cuando apenas llevaba unos pocos meses en el filial es un recuerdo imborrable. Por eso, a Boskov le tengo en gran estima. Aunque también a Costa, que era una maravilla, y a Beenhakker. La verdad es que con todos estuve muy bien y les estaré siempre agradecido por todo lo que me enseñaron.

—¿Qué vio Boskov en usted?

—Pues no lo sé. Pero con él había que trabajar mucho y eso a mí me gustaba y se me daba bien. De hecho, ahora, con 60 años, sigo haciendo deporte todos los días y bastante además. Siempre me ha gustado.

—Un currante nato.

—Trabajaba bastante. Era un jugador que físicamente andaba muy bien, pero al igual que algunos de mis compañeros. Recuerdo a Víctor Muñoz, un tipo fortísimo, o Pérez Aguerri. También a Radomir Antic, con el que me encontré nada más subir al primer equipo y que estaba de entrenador cuando me fui del Zaragoza. Han pasado grandes jugadores por ese vestuario. O Señor, ese futbolista increíble. Y Arrúa. Madre mía, Arrúa. Coincidí el primer año con él y me impactó.

—¿Tan bueno era?

—Mucho. Había que fijarse muy bien en cómo hacía las cosas porque era un aprendizaje continuo. Era un fenómeno. Y tuve la suerte de estar con otros jugadores muy buenos, como Fraile, Juanito, Pérez Aguerri, Herrera, Pichi Alonso, Manolo Nieves, Irazusta, Rubén Sosa... alta escuela. Es difícil quedarse con uno. Son tantos y tan buenos que es prácticamente imposible. Cada uno en su estilo y, además, nos llevábamos muy bien tanto dentro como fuera del campo. Quizá eso haya sido lo más impresionante.

—¿Está en contacto con algún excompañero?

—Hablo de vez en cuando con alguno, como Señor o Juanito, pero vivo en Las Palmas y durante muchos años he tenido que ir a Benasque a través de Barcelona porque quitaron el vuelo a Zaragoza, aunque, afortunadamente, ahora lo han vuelto a poner tras 15 o 20 años y eso hace que vayas perdiendo el contacto con excompañeros y con gente a la que has querido mucho. Aunque hay quien sigue subiendo a Benasque, como mis amigos Ignacio Blanchard Galligo, Eulalio Cortain o Tonino.

—De esos 357 partidos oficiales, 272 fueron en Primera División. Un registro que no está al alcance de cualquiera.

—Estoy contento por haber estado en dos equipos de la envergadura de Zaragoza y Las Palmas y haber contribuido a que ambos puedan haber hecho cosas importantes. Pero me da mucha pena ver ahora al Zaragoza en Segunda. Me fastidia mucho, de verdad. Estoy deseando que suba porque son ya muchos años en una categoría que no le corresponde por muchas cosas. Una ciudad como Zaragoza y una afición como la que tiene ese equipo deben estar en Primera. No hay más. Y algo similar le digo de Las Palmas. Soy consciente de que el fútbol ha cambiado mucho, pero no me acostumbro a esta situación. Supongo que me pasa lo mismo que al resto de aficionados.

—Ganó un título, la Copa de 1986 en el Vicente Calderón ante el Barcelona con ese inolvidable gol de Rubén Sosa. Cuénteme qué se siente.

—Imagínese. Una final de Copa ante todo un Barcelona y ganarla estando en el Real Zaragoza es algo inolvidable. Fue una experiencia impresionante, pero me quedo con todos los años que pasé en el Zaragoza, que hizo posible, además, que pudiera jugar varias veces con la selección española. De hecho, fui el primero de Benasque en conseguirlo y eso es algo espectacular. Ese club me dio mucho.

—Estuvo presente en aquel inolvidable 12-1 a Malta en el Benito Villamarín, del que recientemente se han cumplido 36 años, pero no hay imágenes suyas celebrando el tanto de Señor. ¿Cómo lo vivió?

—Estaba en el banquillo. Había tenido la oportunidad de pasar también por la sub-21 y la sub-23 y de estar presente en la Olimpiada de Moscú en el 80 antes de pasar a la absoluta. Gracias al Zaragoza logré vivir todo eso y gestas como la de aquel partido que nos permitió clasificarnos para la Eurocopa del 84. No es nada fácil marcar doce goles en un partido y nosotros lo logramos. Ves que se acaba el tiempo, pero cuando Señor hizo el duodécimo nos abrazamos todos, saltando al campo y con una gran alegría. Fue un gran espectáculo.

—La celebración después estaría a la altura, ¿no?

—Fue muy buena, sí. La ocasión lo merecía. Madre mía, lo que hizo Señor. Fue un gran mediocampista. De lo mejor que ha habido, sin duda.

—Debutó con la selección en el Parque de los Príncipes de París, precisamente. Un lugar que años después pasaría a estar unido para siempre al Zaragoza.

—Exactamente. Además, recuerdo que me tocó marcar a Platini. Incluso tengo alguna foto en la que aparezco marcándole en un saque de esquina y estamos forcejeando. Empatamos a uno. Era un fenómeno y era el líder de un enorme equipo como Francia. Guardo un gran recuerdo de aquel choque.

—¿Tiene la espina clavada de no haber jugado aquella Eurocopa?

—No. La verdad es que no tengo espinas clavadas. Las cosas son así y vienen como vienen y yo estoy muy contento de cómo me salió todo también con la selección. Si no pude ir a la Eurocopa, qué le vamos a hacer.

—¿Cómo fue el adiós al Zaragoza para marcharse a Las Palmas?

—Recuerdo que varios jugadores como Casuco, algunos más -Abad, Conde y Blesa- y yo tuvimos un problema y no podíamos entrenar con el resto, pero está olvidado, se lo aseguro.

—Era el comienzo de la 1988-89, acababa de dimitir el presidente Miguel Beltrán y, para contar con menos jugadores, se les apartó a ustedes cinco, que denunciaron su situación a Inspección de Trabajo, que impuso una multa al club de 500.000 pesetas. Un final desagradable para una estancia tan amplia, ¿no?

-Es verdad que no podíamos entrenar y que al final fuimos al Juzgado. Entrenábamos por nuestra cuenta y Las Palmas hacía tiempo que me había dicho que, cuando todo estuviera solucionado, quería contar conmigo. Así que, después de cuatro o cinco meses sin entrenar, solo quería jugar y me fui allí. Acababa de renovar hace poco con el Zaragoza, pero no sé qué pasó y no nos permitían entrenar. Fue una pena. Fíjese que entre los afectados también estaba Casuco, que se había dejado la piel por el equipo. No entendíamos qué habíamos hecho para no poder trabajar, pero ya le digo que prefiero olvidarlo. En diciembre me vine a Las Palmas a empezar otra aventura.

—¿Mantiene relación con alguien del club?

—Siempre he tenido buena relación con el Real Zaragoza. Así lo merece ese club, pero sobre todo la ciudad y una afición que es increíble. Eso siempre lo llevaré en el corazón.

-¿Qué ha sido el Real Zaragoza para usted?

-Lo ha sido todo. Recuerdo que antes de pasar al primer equipo vivía en la residencia del Zaragoza que tenía el club en la calle Cervantes y también vivía Torrado con nosotros. He estado allí desde muy joven y en ese lugar se desarrolló la mayor parte de mi vida deportiva. Guardo mucho cariño a Robres, pero mi carrera durante tantos años estuvo en el Zaragoza, que lo ha sido todo para mí.

-¿Cómo ve al equipo ahora?

-Ya le digo que estoy deseando con todas mis fuerzas que vuelva cuanto antes a Primera. Se lo merece esa ciudad y su gran afición. Por eso le deseo mucha suerte al equipo y así se lo transmití a Víctor Fernández la pasada temporada, cuando vino el Zaragoza a jugar a Las Palmas y estuve hablando con él y con Belsué -actual delegado del primer equipo-. Lo único que quiero es que el Zaragoza vuelva donde se merece.

-¿Ha cambiado mucho el fútbol en estos años?

-La verdad es que sí. Ahora, la gente se va a jugar a China y a otros países lejanos. Y me parece bien, pero antes no existía esa posibilidad. También ha irrumpido con mucha fuerza el fútbol femenino, a lo que asisto con mucha satisfacción. Ha cambiado mucho todo, sí, y, sobre todo, el lugar en el que está mi Zaragoza, que tiene que volver cuanto antes a Primera División. Así lo espero yo y toda su gente, incluido mi sobrino Jorge, el hincha número uno del Zaragoza.