El marcador no habla muy bien del Deportivo, lo que deforma la realidad de un rival muy complicado de derrotar, de un ejército que venía con un buen ramillete de cabezas en la punta de su lanza desde que Fernando Vázquez capitanea al equipo gallego con mano conservadora y, sin embargo, atractiva. Lo que cuenta con precisión ese marcador es la leyenda de un Real Zaragoza que no corta el mar, sino vuela en dirección al ascenso directo e incluso el liderato. Habla de una victoria concluyente, eso sí, de un equipo, el aragonés, que se ha convertido en una trituradora de varias velocidades, en una máquina paciente que exprime el jugo de los partidos hasta la última gota de su propia sangre y del enemigo. Con disciplina, reiventándose en marcha y exhibiendo un físico envidiable. Esta vez, con sutil estrategia desde los saques de esquina. Su espíritu insaciable no tiene límites y su pulmón, Guti, es de acero.

La propuesta macrodefensiva del equipo gallego se le atragantó. En lugar de anclarse en las dudas, sobre todo tras el gol del empate de Mollejo y alguna amenaza como el larguero de Aketxe, siguió con la lectura del partido sin saltarse capítulo alguno. Esa convicción de que el final feliz será suyo le permite conservar el pulso sin arritmia alguna. Eguaras y Atienza no son goleadores habituales, pero ambos surgieron de las entrañas de la tierra y del aire para, cargados de ira y fuego, adelantar al Real Zaragoza. Lo que puede parecer un detalle casual no lo es: escenifica que todos quieren ser protagonistas y que la luz que ilumina las individualidades se enciende por la implicación colectiva. Tampoco es fortuito su despegue, su mejora monumental. Hacía falta un delantero y llegó Puado, multiplicador de bienes ofensivos; era urgente un central y se presenta El Yamiq, que le ha dado a la defensa la textura estable que requiere esta categoría. La necesidad de un mediocentro totalitario se lloró desde el principio hasta que dijo Raúl Guti 'el campo es mío'. Con la plantilla veraniega, esto que está sucediendo para catarsis de la afición y de la ciudad, no hubiera sido posible.

Ya no son necesarios ni los milagros de Cristian Álvarez, que lleva dos partidos plácidos. Que el portero argentino intervenga cada vez menos es una señal meridiana de las piezas se han ido ajustado para formar un bloque homogéneo. Quien se niega a vivir de las ventajas de la paz es Luis Suárez, que regresó lejos de su mejor estado de forma y reo del sistema hermético del Depor. Parecía destinado al cambio tras una actuación gris pero en un carrera con Nolaskoian, muchacho robusto y veloz, lo desguazó como a un ternero para hacer el tercer tanto. Justo después de que el Deportivo se quedara con diez por doble amarilla de Shibasaki, pocos minutos antes de que Víctor Fernández decidiera que el cafetero se había ganado el descanso.

El entrenador también contagia y se contagia. La decisión de retirar a Soro y meter a Igbekeme para poblar la medular resultó capital para conservar y aumentar el triunfo. Fernando Vázquez había sembrado esa zona en número y calidad con futbolistas de criterio. La aportación del nigeriano dio grosor al Real Zaragoza en un espacio que por fin pasó a ser de su propiedad y desató aún más a Guti. El canterano es un espectáculo dentro del espectáculo. Abraza el campo de área a área con la zancada de un animal mitológico, levantando polvareda y admiración por partes iguales ante su capacidad para gestionarlo todo. En sus pulmones hay queroseno y en sus piernas uranio. Y en su cabeza de líder juega el Real Zaragoza a serlo, a cortar el mar triturándolo todo a su paso.