A finales de febrero, cuando la gente se pensaba que el equipo estaría en la rampa de despegue, resulta que dan ganas de que se acabe esto ya. Aún hay algunos muy optimistas, pocos, que piensan en la victoria en Huelva y en el ascenso directo, tan lejano que suena a mentira. No es para menos. En jornadas tan deplorables se ve más cerca el descenso que el regreso a Primera, y a más de uno de los que piensa en una refundación o similar le parece hasta bien. La realidad de hoy, el plebiscito de ayer, cuenta que este Zaragoza de Agapito camina inexorablemente hacia su fin, que cada vez importan menos los resultados y el fútbol. Huele a muerto, bien muerto, putrefacto. A su alrededor, con la tumba abierta, se representa un numerito todos los domingos de Romareda en el que el balón es lo de menos.

La batalla de muchos zaragocistas, de sobra conocida, es bien otra ahora. Se trata de acabar con Agapito, de que salga del club, de borrarlo de la historia. Después, y solo después, recoger a los heridos, reagrupar las tropas, perdonar al hermano y mirar hacia un futuro nuevo que, a ser posible, esté liderado por exzaragocistas de bien y gente de la tierra que sepa al menos de qué paño está hecho este asunto.

Entre tanto, lo que se ve cada domingo es una escena de crispación, de dolor por la deshonra. Es desgarrada impotencia. La gente protesta y patalea, acusa y condena, ya sea en la nueva Ciudad de la Justicia, ya en el viejo estadio de fútbol. De poco le vale en estos tiempos en que los clubs son sociedades y los malhechores caminan jactanciosos por las calles y las redes. Son todos culpables, no hace falta andar uno a uno, y así se lo hacen saber. Todos son considerados responsables de este periodo de crispación que llegó con Agapito, causante primero y ahora reo de esa gestión tan suya marcada por el disparate y el desconocimiento.

La torpeza de Herrera

En este apartado, en el de la ignorancia, no le anda a la zaga Paco Herrera, tan torpe a veces en sus decisiones que parece obtuso. Si en las últimas semanas se le ha visto superado por el ambiente y la historia, lo que ha llevado al pensamiento abundante e inequívoco de que su presencia no solo es innecesaria sino inútil, ayer repitió errores de incompetencia, a los que unió en la sala de prensa su agotado mensaje. Esta vez no dijo, menos mal, que había sido un accidente. Eso sí, anduvo equivocado en el planteamiento, sobre todo en las decisiones puntuales que agitan a cualquiera. Como no es maldad, o eso se presupone, debe de ser incompetencia.

Así que puso el entrenador a Luis García, el detestado del momento. Lo abuchearon desde que anunciaron su nombre en las alineaciones hasta el final. Y le cantaron unas cosas feísimas, por cierto, impropias. A Herrera se le ocurrió después quitar a Tarsi, el chaval de la cantera, para meter a Cidoncha. Se le armó una buena, claro. Que nadie se piense que la gente se indignó por que entrara el madrileño, perfectamente posible en tardes anteriores. La gente es educada, olvida y perdona con nobleza a muchachos como este, cuyo principal pecado es no ser un estupendo jugador de fútbol. Como sus compañeros, ni más ni menos. Como Paglialunga, que también recibió la bronca correspondiente en su carrerita hacia el banquillo.

El caso es que la gente se exasperó con esa sustitución y pidió al técnico directamente que se marchara. Explotó en el aire el 'Herrera, vete ya' y ya no hubo manera de encauzar la tarde, que venía torcida desde hace días y en la que se incluyeron las agapitadas más sonoras de los últimos meses, todo sea dicho. La gente estaba bien preparada para señalarlo aunque se escondiera en el banquillo. Apenas asomó en toda la tarde la cabeza, esa que el zaragocista pide de forma unánime pero que no rueda. Así estamos, así está el muerto, este pobre Real Zaragoza que da pena.