Cuando La Romareda todavía no estaba de pie e incluso antes de que el Zaragoza fuera Real, Emilio Moliner (1924) ya acudía a los partidos de uno de los clubs de la ciudad, predecesor del actual. "Mi padre me llevaba a Los Tomates, el campo del Zaragoza Deportivo, que estaba en el Parque Bruil. Me acuerdo perfectamente, tenía una tribuna de madera estupenda", cuenta el socio vivo más antiguo del Real Zaragoza, que es abonado desde 1932, año de fundación del club tras la fusión de dos clubs, el Zaragoza Deportivo y el Iberia.

Entonces, el padre de Emilio, José Moliner, que fue directivo del Zaragoza, hizo socio del nuevo club a su hijo, y cambiaron la tribuna de madera de Los Tomates por la del campo de Torrero. "Para ir tenía que coger el tranvía en la Plaza de España antigua. Entonces los partidos eran a las tres de la tarde, porque no había luz en los campos. Me acuerdo del frío que pasábamos en el tendido de los Sastres, un montículo de tierra desde donde se veía el fútbol". Eran tiempos de un fútbol de barrio, de rivalidades de ciudad, de pelotas que pesaban toneladas y de postes cuadrados. "Los equipos que había eran el Automovilismo de Casetas, el Atlético Aviación... Formaron una competición entre ellos y el Zaragoza la ganó, así que ascendimos a Primera División. Había jugadores fantásticos; jugaban Lerín, Gómez, Alonso, Pelayo, Municha, Ortúzar, Ruiz, Amestoy, Olivares, Tomás y Primo", recita, de memoria, como se hacía antes. Era el once de Los Alifantes y corría el año 1936, pero el sonido de los balones golpeados por las botas se iría, dejando paso a bombas y disparos. "Aquella época coincidió con la guerra y no hubo partidos hasta el año 39", recuerda Emilio. Lejos del esplendor que llegaría, los aficionados del Zaragoza disfrutaban a veces de Primera, otras muchas vibraban con el vigor de Segunda e incluso se asomaron más abajo. "El Zaragoza era un equipo ascensor y descensor; subía el Zaragoza y bajaba el Betis, bajaba el Zaragoza y subía el Betis: coincidió cuatro o cinco años en que pasaba eso. Y en la 46-47 bajamos a Tercera. Eso se que me quedó grabado; pensar que íbamos a jugar a campos de tierra...", dice Emilio. De recorrer los estadios de España, el equipo pasó a competir contra sus vecinos de la ciudad. "Jugábamos contra el Escoriaza, en Delicias contra el Arenas, en San José. Pero se fichó a veteranos que eran estrellas como Gonceja, Lecue, Pruden, Elicegui, Quincoces y subimos".

Recuerdos de Torrero

Quizá fuera un reflejo de la sociedad, más áspera cuanto más atrás se mira, pero la combinación y el toque no abundaban. "Lo que hacían era correr mucho y aguantar. Antes todo era pelotazos; disfrutabas igual, pero el juego que se ve ahora es más bonito. La defensa hacía siempre pases largos al extremo. Aquí iban a Juanito Ruiz, un extremo izquierdo que era una estrella; y el delantero centro era Tomás, que de cabeza lo metía todo". Puede que el mediocentro viera el balón por el aire más que en el césped, pero el sistema le parecería arriesgado al mismísimo Guardiola. "Se jugaba con dos defensas, tres medios y luego varios delanteros", explica Emilio. Los elementos tampoco ayudaban a la espectacularidad del fútbol. "El balón era de hierro y pesaba toneladas. Las botas tenían una puntera redonda de cuero macizo, no se podía jugar al toque como ahora. Y en Torrero, las porterías tenían palos cuadros en lugar de redondos. Claro, el balón daba y se salía; ahora pega en el canto y se mete". Pero apareció un equipo de cambió la forma de jugar. "Entonces no había la calidad técnica que tenían Los Magníficos, que cuando llegaron entusiasmaron a todo el mundo. Fue la época más bonita. Carlos Lapetra era maravilloso", relata.

Fútbol en la luna de miel

Exdecorador y pintor en sus ratos libres --ha creado varios cuadros del Zaragoza--, Emilio fue siempre un fiel aficionado, aunque, dice, no un forofo. Lo niega, pero en algunas situaciones su fervor zaragocista sí le hizo abandonar la mesura. "En mi viaje de novios estábamos en Mallorca. Era sábado y el domingo jugaba aquí el Barcelona. Cogí el barco que desembarcaba en Valencia a las ocho de la mañana y luego cogimos el coche y volvimos a toda marcha para para llegar al partido", explica. "Ni siquiera paramos a desayunar", protesta Mercedes Vergara, su mujer. "Estuvo el Zaragoza tres domingos sin jugar, si no no nos casamos", ríe.

En un tiempo en el que la tecnología casi no había comenzado a andar, conocer los designios de la jornada podía suponer un auténtico reto. "Para ver los resultados llamaba al bar La Maravilla, que estaba en Independencia, haciendo esquina con la Plaza España. Entonces no había medios y llamabas allí por teléfono. 'Estará terminando, llama a La Maravilla', decíamos. Y estaba siempre comunicando porque todo el mundo hacía lo mismo", rememora. No por teléfono, sino en directo, vio el primer partido en La Romareda. "Fue un amistoso contra el Osasuna. En la 56-57 se jugó el último partido en Torrero, porque Cesáreo Alierta lo vendió. Allí algunas gradas eran de madera y la tribuna también, aunque el césped era muy bueno, y eso que entonces hacía más frío. En proporción creo iba más gente que ahora".

Si no tiene dudas a la hora de elegir al mejor equipo de la historia del club, el instante con el que más ha disfrutado también está claro. "El gol de Nayim lo tengo en la cinta y lo he visto al menos 20 veces. Qué brincos dimos, fue majestuoso. Aquellos partidos le dieron grandeza al Zaragoza". Y se acuerda también de Xavi Aguado --"era incomparable"-- y Santi Aragón --"eso sí que era categoría"--, pero ese esplendor ya pasó. "Ahora no hay nadie así. Solo queda disfrutar recordando lo pasado". Como cualquiera, pero con el aplomo que da la edad, valora la decadencia del club. "Se hicieron inversiones millonarias por jugadores que ya estaban en deshecho, eso fue la ruina. Y ahora hemos tenido la desgracia de traer gente barata que no da resultado. Veo muy difícil que se pueda subir este año, porque estoy viendo partidos que... Alrededor de mi localidad, el 90% se ha dado de baja. Yo me aburro soberanamente. El que no sienta los colores dice 'ya no vengo más', pero como los sientes, vuelves otra vez con frío, con agua, con todo. Si no hay algo que impulse al club, va a desaparecer".

Ya no sufre como antes por el fútbol, explica, y visto lo visto menos mal que es así. "Llegaba a casa y tenía que estar dos horas sentado con los pies levantados para relajarme, pero ya no, no me conviene el estrés por la edad". Hombre reflexivo y pasional a un tiempo, critica a Agapito con mucha prudencia: "Desgraciadamente, los dueños de los clubs de fútbol no son aficionados, no les gusta. Las miras son otras. Los presidentes que miraban por el Zaragoza fueron el doctor Abril, Alierta y Solans padre".

Banderas en el campo

Pese al contraste del Zaragoza actual con el de tiempos pasados --casi siempre mejores--, a Emilio no le gusta el ambiente que se vive en La Romareda. "Perjudica mucho al equipo. Cada uno es libre, pero yo habría cosas que no haría, para mí los pitos sobran. Si no te gusta, no vayas al fútbol. Hay momentos en el Zaragoza en que, cuando más se necesita a la afición, esta no apoya. Cuando se termine el partido, entonces di las mil barbaridades", afirma. "Otra cosa que me gustaría es que se vieran más enseñas del club, que antes las había. La gente iba con las banderas al campo, había más azul y blanco; eso es lo bonito. Qué chulos los campos ingleses que salen en la televisión", zanja.