Hoy es siempre todavía. En el Real Zaragoza, también. Por mucho que la coyuntura institucional, económica y deportiva, y a lo peor todas juntas a la vez, sea sombría; por mucho que el futuro a corto plazo no vaticine nada bueno; por mucho fatalismo y fatalista; por mucho que los males del club tengan una profundidad histórica; por mucho Agapito Iglesias, que sería capaz de terminar con lo que no hubiera acabado Atila; por mucho que todo sea mucho y a estas alturas casi insoportable para un ser humano con la paciencia a prueba de máximos, nada ni nadie podrá destruir el derecho a tener esperanza.

A tener esperanza en cosas menores, como alcanzar el sexto puesto. Y a tenerla por asuntos mayores, como que Agapito venda la SAD, por mucho que siga jugando con ella, a veces ofreciéndola con precio incluido y otras lanzando el mensaje de que no va a irse. A tener esperanza en que por larga que sea la tormenta, y malos los augurios con este propietario mediante, el sol algún día vuelva a brillar entre las nubes.