El Real Zaragoza, forzado por las circunstancias de la economía casi tercermundista que provocó la gestión incendiaria de Agapito Iglesias y por la bizoñez deportiva y el intrusismo de algunos de los miembros de la Fundación 2032, ha regresado a sus orígenes para presentarse este lunes al trabajo de la pretemporada con una plantilla formada de anónimos para el gran público y de un buen puñado de canteranos. Faltan salidas y muchas entradas en lo que ha supuesto una enorme revolución, pero el trabajo del director deportivo, Lalo Arantegui, rememora una metodología muy familiar y exitosa en la historia de este club. Sin duda en otros tiempos y en otros contextos.

Aún por descubrirse el contenido y el continente de un equipo reformado con futbolistas jóvenes y sin apenas nombre en el mercado y dirigido por un técnico de carne y hueso, Natxo González, la apuesta por esta tipología de jugador busca un reencuentro al menos con la expectación para un aficionado al que han lapidado sus ilusiones, a quien han hastiado hasta la médula con falsas promesas y espectáculos mediocres y denigrantes. Por supuesto, el objetivo principal es la activación de todos los motores competitivos en un escenario realista para hallar no tanto el ascenso inmediato como un proyecto que, si alcanza la madurez necesaria, permita ser un indiscutible aspirante a ese objetivo. Los urgencias no van a marcar esta hoja de ruta, o no lo deberían de hacer más de lo indispensable (el de la natural ambición) en lo que supone un giro completo hacia la credibilidad y la fortaleza. Será un duro ejercicio de soldadura por parte del cuerpo técnico y de paciencia de un público que ha reseteado su esperanza con la aspiración de asistir a un espectáculo digno, entretenido por fin.

Grippo, Papunashvili, Alberto Benito, Ángel, Eguaras, Oyarzun, Buff, Borja Iglesias... Con Febas a punto de llegar, a la espera de conseguir que el portero Alberto negocie su salida del Getafe y se vayan sumando ya de forma progresiva cinco componentes más para vertebrar y equilibrar el vestuario. A bote pronto, la nómina de contrataciones es un listado de meritorios con los riesgos que supone. Sin embargo, el pasado más reciente avala, por su catastrófica huella productiva, un futuro mejor por muy pequeño que sea de inicio. Se parte de la nada, que ya es algo grande, y no de una enquistamiento en los errores. Se nota la libertad de acción Arantegui --y que le dure--, quien insiste en un laborioso proceso artesanal de filtros: primero el económico, pero no memos importante la cuidadosa tarea de una elección que carece de intuiciones y a la que le sobra conocimientos.

El caso de Borja Iglesias es quizás el más sintomático y llamativo de la nueva era porque, procedente del filial del Celta, en Segunda B, asoma como 9 titular gracias a su espectacular última temporada goleadora y a ser objeto del deseo de la mayor parte de los clubes de Segunda. El Real Zaragoza se ha caracterizado por su puntería en la adquisición de sus delanteros, y en esta ocasión tiene que ser más certero que nunca. Jamás un chico sin credencial alguna en las dos máximas categorías del fútbol profesional había asumido semejante responsabilidad.

Desde la gestación de los Magníficos, el Real Zaragoza ha dispuesto de un agudo olfato para ser un grande desde la modestia de sus posibilidades. Por lo general gracias a auténticos brujos como Rosendo Hernández y Avelino Chaves, secretarios técnico astutos y sabios que, sin la voraz competencia actual pero con un sexto sentido muy personal, construyeron varias generaciones inolvidables peinando a raya la geografía sudamericana y la Segunda División con especial tino. Lalo Arantegui, con un margen de maniobra menor, una mayor especialización y en pleno examen de cualificación y adaptación a esta complicada tesitura, posee algo de aquellos antiguos y eficaces procedimientos caseros. Quizá la modernidad y sobre todo la rehabilitación del Real Zaragoza deba pasar por la sencillez, por elegir los ingredientes de la receta uno mismo.