Solo en la tarde de Villarreal, en el partido más exigente de la pretemporada, Imanol Idiakez probó un Zaragoza sin rombo. Quizá fuese la entidad del rival, la certeza de conocer la superioridad técnica amarilla, lo que llevó al entrenador a recoger a su equipo más cerca del área propia en un 4-1-4-1. No le funcionó bien el experimento, que delató a Verdasca entre líneas y dejó a Pombo en una posición aislada, poco acorde a sus características. La recomposición ulterior, a la vuelta del intermedio, naturalizó a un Zaragoza que no solo fue capaz de empatar sino que a buenos ratos tuvo el dominio del balón, perseguido sin éxito en la primera mitad, cuando el contrario alcanzó el 70% de posesión.

En otras ocasiones ha podido parecer que Idiakez probaba con tres centrales, pero eran las imperfecciones propias las que provocaban esa situación que sonó con estruendo en Calatayud. Fue la tarde en la que el Leganés le dio un revolcón físico y táctico al Zaragoza, con el mediocentro y los laterales sufriendo de lo lindo ante un rival serio, tácticamente firme. Allí se ubicaba Verdasca entre los centrales para buscar la primera salida, pero las deficiencias pronto ponían al equipo en desventaja. Ni el luso encontraba una salida sencilla ni sus escuderos hacían una primera conducción para limpiar territorio. Tampoco aparecía un tercer hombre en la medular para escalonar la elaboración primera. Llegaba la pérdida temprana y los problemas atropellaban a Verdasca todavía insertado entre los dos zagueros centrales.

Por ahí se ha encontrado Idiakez el mayor obstáculo de la pretemporada. La ausencia de Eguaras, un especialista en el mediocentro, se agravó con la falta de Zapater y Guti. Improvisó pronto con Verdasca, al que ya probó desde la semana de la concentración en Boltaña. El experimento de Buff no le gustó y Torras ha parecido más un correturnos que una apuesta fija.

En todo caso, pese a perder clarividencia en la salida, Idiakez no ha modificado el sistema con el que el Zaragoza se sintió más cómodo el pasado curso, con el que se gustó en los albores de la Liga, con el que triunfó en la segunda vuelta. El rombo de Natxo González sigue presente en el método del nuevo técnico, que apenas ha hecho modificaciones sistemáticas. Entendió el donostiarra que el equipo estaba adaptado a esa estructura que en el transcurso del verano ha ido cuajando.

Se diría que es un rombo mejorado por su ubicación avanzada. El equipo no se hunde tanto sin balón como con Natxo González. Bien al contrario, acostumbra a la presión alta en los saques de puerta del rival, así como en los saques de banda de la última parte del campo. Además, ofensivamente permite mayor libertad a los laterales, que aparecen con asiduidad en los metros finales. Se ha visto a Benito en los bolos llegar más veces, en mejores condiciones, poner más centros. El último, por ejemplo, supuso el gol de Pombo ante el Levante. Al cabo, juega menos por dentro, varía, lo que le hace mucho menos previsible.

El sistema, en fin, es casi idéntico, aunque Idiakez haya introducido matices en el espacio. Es ahí, sobre todo, donde se halla la diferencia. El bloque juega en general en una zona más alta y tiende a recogerse mucho menos. No lo hace tampoco en el balón parado, donde Idiakez ha acabado con la fórmula anterior de defender las faltas en el área pequeña. Todo ello, con este rombo más afilado, se traduce en un Zaragoza de apariencia valiente.