Cuando más se le torcieron las cosas, Imanol Idiakez tuvo que cambiarlo casi todo. Había empezado con dos delanteros y Papu en ataque. Sin Grippo, cediendo el testigo de la titularidad a Perone en defensa. Con Eguaras de principio como mejor noticia de ese carrusel. Con el partido cuesta arriba, se le lesiona el tobillo a Papu, y con el 2-0, se cae Verdasca por problemas musculares. Allí tuvieron que salir Gual y Grippo, en plena locura y un panorama desolador tras una primera parte terrible del Real Zaragoza. Pues si los caminos del señor son inescrutables, los del fútbol son intransitables para la lógica en no pocas ocasiones. Esta es una de ellas. Con todo al revés de lo previsto, rota la partitura inicial, el conjunto aragonés comenzó a carburar, a coger color y a empatar con goles de Gual, el primero en su cuenta esta temporada, y de Álvaro. ¿Es para sentirse feliz? Después de lo sufrido, merece la pena celebrarlo en la intimidad, pero sin felicitaciones ni besos de tornillo. Un equipo que aspira algo importante no pude jugar sobre el alambre, primero para rebanarse el pescuezo; después para columpiarse en él como un malabarista. El término medio se denomina regularidad.

Nunca pudo postularse por los tres puntos porque salió al campo con los pies por delante, amortajado en una defensa flácida en la que Lasure concedió de todo con los centrales colaborando en la recaudación de facilidades. El Albacete, además de pisar el área para marcar sin necesidad siquiera de llamar a la puerta, se hizo con un centro operaciones fantasmagórico. Eguaras tuvo un detalle fantástico en un balón filtrado para Lasure, pero la falta de rodaje le impidió un mayor protagonismo sin que Ros ni Zapater ni Papu ofrecieran alternativas. Por momentos, el equipo de Ramis, con gente fuerte como Manaj y Zozulia, parecía un peso pesado contra otro mosca. El árbitro bien podría haber suspendido el partido por riesgos físicos y psicológicos para el equipo aragonés. Sin velocidad mental ni pegada, desordenado y huérfano de personalidad alguna, de repente llegó esa tomenta de acontecimientos en forma de lesiones, de sustituciones urgentes, de decisiones tácticas del destino.

En el regreso a los tres puntas y de vuelta del vestuario, el Real Zaragoza se encendió con la chispa de Pombo, que se puso a agitar en tres cuartos con rabia y ambición. También con buen fútbol. Le siguieron al zaragozano el resto, más animados, atrevidos, distintos, mirando de cara y disputando la pelota y los espacios con mayor sentido y sensibilidad. Tampoco entraba en las previsiones que Zapater corriera por el pasillo del 10 persiguiendo una pase muy profundo para recogerlo y entregárselo a Gual, que acortó distancias con Caro ya vencido. Cosas del capitán, quien en su ocaso todavía es capaz de realizar ejercicios de fontosíntesis de este tipo. Hizo crecer la hierba en el desierto y el Real Zaragoza se lanzó en busca de un empate firmado por Álvaro, inmisericorde caundo le dejan pensar dentro del área, y esta vez además le concedieron tiempo para cargar el arma.

El Albacete, que se quedó sin aire, pudo haberse llevado el partido pese a su estupenda y orgullosa reacción. Pero el Real Zaragoza tiene a otro veterano al que agradecerle muchas cosas. Cristian Álvarez le sacó un cabezazo a Ortuño de esos que hacen que el marcador electrónico decida sumar por su cuenta el gol antes de que el balón entre. El argentino dijo no y fue que no. El empate se quedó ahí, colgado en una atmósfera de satisfacción zaragocista porque todo parecía estar perdido hasta que a Imanol Idiakez se le hizo trizas la pizarra y se puso a suturar heridas. Como enfermero no tiene precio. Como técnico... Debe aclarar su vocación.