El Real Zaragoza no mereció perder contra el Albacete, pero hizo todo lo posible para que el equipo de Ramis se llevara un punto de la Romareda. También participó en la frustración final Tomeu Nadal, el portero del conjunto manchego, con intervenciones al más puro estilo Cristian, detención de penalti incluida. Tuvieron el gol Eguaras en la primera parte, cuando Vigaray se deslizó como un proyectil por su banda; Kagawa en una grave cesión de Álvaro a su guardameta que terminó escupida por el poste; Álex Blanco, quien desperdició un regalo de Luis Suárez, y Guitián en un remate en plancha pero algo centrado. El colmo de la falta de puntería se cebó con Eguaras en el penalti, quien pudo cambiar la historia en el minuto 87. Tomeu Nadal le adivinó la intención y el centrocampista acudió al rechace con cierta languidez y lentitud, lo que permitió una nueva reacción del arquero para despejar. Luego llegó ese gol apocalíptico de Silvestre a los pocos segundos de que el colegiado señalara el final.

A los puntos, el Real Zaragoza se habría llevado el triunfo por absoluta unanimidad de los jueces, pero dejó en pie a su enemigo y le faltó puño de hierro. No solo eso, jugó con tres menos. El fútbol del equipo aragonés tuvo frescura en el arranque y, poco a poco, se fue congelando por el desinterés del Albacete y por su parsimonia y nula productividad en las botas de Igbekeme y Kagawa, dos futbolistas cuya titularidad solo se entiende por una cláusula en el contrato o por falta masiva de efectivos. El nigeriano elige siempre mal, con ansiedad y malhumorado con el 1-4-4-2 que le desplaza más hacia la banda. Ansioso, descontrolado y poco participativo, lleva demasiadas jornadas viviendo de las rentas o de una confianza del técnico a la que ha dejado de corresponder de forma escandalosa.

El asunto Kagawa también tiene tela. Mostró bonitos detalles en las primeros partidos y se ha perdido en un vacío absoluto, dejándose ver para cuestiones menores. Su estela de estrella, si algún día la tuvo, se ha apagado y sobrevive en el once por su pasado más que por su presente. Víctor Fernández mandó a la ducha primero a Igbekeme y después al nipón. No se puede afrontar un ascenso con dos jugadores tan ligeros de trascendencia cuando se les otorga responsabilidad de pesos pesados en el equipo. Y no parece una cuestión de forma, sino de incapacidad para dar más de sí. O se recuperan al menos para competir o la visita al mercado de invierno será protocolaria. La plantilla necesita refuerzos en todas las líneas aunque tendrá problemas si no le funcionan los que ya tiene en nómina con categoría de astros. En fin, qué sencillo es catalogar desde el deslumbramiento de la ignorancia.

A la lista de deserciones, Pombo, pese a que salió desde el banquillo, se apuntó muy rápido y con notoriedad. Todo lo hizo mal, con una indiferencia intolerable en sus intervenciones con la pelota y sin ella. Le salva casi siempre la leyenda de su talento innato y el crédito de ser uno de la casa, pero el cariño del público, que le increpó, se va consumiendo a una velocidad considerable. Con esa actitud añiñada y de descortesía hacia sus compañeros, sus virtudes se convierten en pecados. El Real Zaragoza chocó contra el Alba, contra sí mismo y contra Tomeu Nadal. También contra la incomparecencia de tres jugadores que, por diferentes causas, no están dando la talla obligatoria. Quizás porque no la tengan, sin más.