Lalo Arantegui defenderá a Natxo González hasta la muerte, es decir hasta las puertas del camposanto de los resultados, que es donde los entrenadores caminan solos tarde o temprano en un deporte que en España no se comprende sin los funerales rápidos de estos profesionales. El director deportivo también pensó en su día, al estrenarse en su cargo, en alargar la vida de Raúl Agné en el banquillo, pero tuvo que rendirse a la evidencia como después hizo con una plantilla en la que confiaba en gran parte y a la que sometió a una completa reforma. La apuesta de Lalo por Natxo es muy personal y su confianza, ciega mientras, claro, los illuminati no le llamen al orden. No es un técnico con nombre como tampoco el grueso de los fichajes, todos a bordo de un barco de modesta eslora a la que se le impone, y aquí reside el error náutico, competir por la Copa América, por el ascenso o el playoff. La derrota de El Alcoraz y, sobre todo, las decisiones que tomó el vitoriano en la alineación, han hecho que se envíen los sables a la herrería mediática. Y no precisamente para sacarles brillo.

Hasta horas antes del meneo en Huesca, Natxo González había recibido esta temporada floridos elogios. De todo tipo y procedentes de todas las direcciones. Un hombre cabal con un idea atractiva que el equipo transmitía por momentos y partidos sin marcadores muy favorables y tan sólo tres victorias frente a rivales de clase media-baja. Ese trayecto real hacia una identidad por completar contenía espejismos, pero se pasaron por alto por una tendencia visceral al positivismo porpagandístico o por una ¿sincera? convicción en el nuevo proyecto. La cuestión es que a Natxo se le ocurrió experimentar en un encuentro, y no en cualquier partido, y un Huesca infinitamente superior antes de la cita lo barrió como si fuera una pelusa. Ahora se le ha colgado el cartel de cagón, injusto, de no dar la talla para un club cuyo glorioso pasado obliga a brillar como la patena aun en presentes difíciles de conjugar. ¿Puede que simplemente se equivocara? Puede, pero ya está sentado en el banquillo, en el de los acusados por graves actos delictivos. ¿Puede que la plantilla dé lo justo para el entretenimiento puntual y la salvación cómoda en la búsqueda de otrá más sólida de cara al futuro y no para sueños de grandeza actuales? Puede, pero la cabeza de Natxo González ya tiene precio: los próximos partidos.

Una institución que vive en la sala de urgencias económicas y, como consecuencia, con las coordenadas deportivas muy bajas, debería entender de una vez que para restablecer la salud necesita tiempo y paciencia, y una de las claves de la recuperación reside en no plantearse o ejecutar el despido del entrenador, pieza fundamental en el cuerpo médico, al cuarto de hora o de la competición. Salvo que sea un carnicero, lo que no ocurre con Natxo, un trabajador más que correcto con sus virtudes y sus defectos. Los illuminati, sin embargo, han encendido las antorchas, por lo que se viene otro sacrificio para satisfacer la deidad de los idiotas.