El día después de Agapito Iglesias en el Real Zaragoza, que al menos eso es lo que parece aunque con este hombre la sombra de la sospecha sobre su posición en la postventa de la SAD continuará siendo alargada durante un tiempo, que por méritos propios se lo ha ganado, transcurrió en un clima de felicidad muy contenida, lejos de aquella explosión de alegría que podría haberse imaginado para un instante tan deseado. Ha sido tan embarullado, tan poco profesional y tan cómico el proceso de negociación que cuando ha llegado el momento, la fecha de la capitulación, ni siquiera se ha disfrutado.

Eso y que son tantas las dudas y las incógnitas que se ciernen sobre el traspaso de las acciones, sobre la compra, la posterior reventa, el fondo inversor y, en definitiva, sobre la verdad de las cosas, que lo que debía haber sido un día muy feliz se convirtió únicamente en un canto a la prudencia y a la cautela. Calma chicha a la espera de mayor transparencia y un golpe real de credibilidad.