El Zaragoza jugará el playoff de ascenso a Primera y no ascenderá directamente. Esa debería ser la conclusión principal del encuentro en Albacete. Pero no lo es. Porque imaginar que este equipo puede tener alguna mínima opción en la promoción se antoja un insolente ejercicio de osadía. El Zaragoza es un equipo ridículo y vergonzoso que ha perdido lo más importante: el honor. Resulta estremecedor cómo ha perdido todo aquello que le dio la vida hasta arrastrarse sin orgullo cada pocos días. El Albacete, el equipo menos goleador de la categoría, le zarandeó, bailó y humilló. A él y a un zaragocismo destrozado ante semejante acumulación de infamias.

La ignominia fue similar a la de otros días. Errores impropios de un equipo profesional, incapacidad para reaccionar y un indecente desfile de almas en pena por un campo de fútbol. La nada sobre el césped y en el banquillo, donde hace tiempo que no existe fe ni esperanza. Nadie la tiene ya. Nada queda de todo aquello que tanto había costado. El Zaragoza lo ha perdido todo. Siete derrotas en diez partidos y 22 goles en contra. Números aterradores que ya habrían costado el cargo a cualquier otro entrenador. A Víctor, salvador del gran desastre la pasada campaña y hacedor de sueños en la actual, solo lo sujeta su pasado y el desconcierto en un club que no sabe por dónde viene el aire y qué dirección tomar.

En el Belmonte, como antes hicieron tantos otros, el Albacete, un equipo de medio pelo que tendrá difícil mantener la categoría, le marcó tres tantos en apenas media hora. El primero, antes de los diez minutos tras el enésimo error grave de Atienza al cometer un innecesario penalti a Álvaro, que había aprovechado otro garrafal fallo de Nieto. Los despropósitos del cordobés se suceden sin descanso desde que volvió el fútbol pero Víctor, escudado en que no tiene más centrales, siempre lo pone. Sin embargo, ayer mandó a Clemente, central también, al banquillo para reubicar a Vigaray, lateral, en el eje de la retaguardia. Al descanso,con 3-1, Clemente ya estaba jugando. De lateral.

Los tres tantos de los manchegos fueron propios de una macabra verbena. El primero, dicho está, como consecuencia de una pena máxima tras doble error. El segundo, apenas diez minutos después. Vigaray, terrible otra vez, se quedó anclado tras un disparo de Pedro que desvió Cristian, cuyo rechace Gorosito, habilitado por el madrileño, empujó a la red. Ni siquiera se había llegado al ecuador del primer periodo y todo parecía sentenciado. Otra vez. Como casi siempre tras el parón. Aunque esta vez, al menos, el Zaragoza pareció tirar de orgullo y rebelarse contra su acuciante falta de personalidad. El ahínco de Delmás por perseguir un balón profundo le permitió encontrarse con una patada inocente de Fran García que el árbitro sancionó como penalti. Burgui, sorprendentemente, fue el encargado de recortar distancias. Había vida. O eso parecía.

Pero a este indolente Zaragoza las esperanzas le duran lo que permanece una burbuja en el aire. Esta vez fueron cuatro minutos. Los que pasaron hasta que llegó otro presente inconcebible. Un saque de esquina a favor se convirtió en una contra mortal de un Albacete al que le bastaron dos pases para explotar el increíble desajuste del rival y que Ojeda se plantara solo ante Cristian, al que batió de vaselina. El desajuste desnudaba otra vez las vergüenzas de un equipo en el que hace demasiado tiempo que se habla solo de valor, orgullo y nobleza y nada de fútbol, táctica o sistemas. Mal asunto.

Era todo tan surrealista que parecía mentira. Semejante acumulación de despropósitos abocaban al Zaragoza a la radio para conocer su suerte futura. La del partido estaba echada. Y más cuando, en la primera jugada de la reanudación, Ojeda convertía un centro de Pedro tras recibir un saque de banda en un misil a la escuadra ante la pasividad de un Delmás al que solo le faltó aplaudir. El Albacete, que hasta entonces había marcado 31 goles en 40 partidos, le había hecho cuatro al Zaragoza en apenas tres cuartos de hora.

Cualquier otro equipo con un mínimo de orgullo y sangre en las venas habría apretado los puños y los dientes para morir matando. Faltaba toda la segunda parte y el Albacete ya había dado muestras de debilidad, pero el Zaragoza eligió esconder la cabeza y entregar el alma sin presentar batalla. A ello ayudó Víctor, que sacó del campo a Suárez y Puado para reservarlos de cara a lo que venga. No había nada que hacer, era el atronador mensaje procedente del banquillo.

El calvario se hizo interminable. Al pobre Zaragoza le dio tiempo, eso sí, para protagonizar otro esperpéntico capítulo al errar un penalti con aspecto de último asidero. Lo hizo Burgui, el único que lo intentó, y Linares, con todo a su favor para marcar tras el rechace de Nadal, mandó el balón fuera de forma incomprensible. El broche final a una noche de los horrores que se recordará durante mucho tiempo.