Zurdo era Diego Armando Maradona, el genio del costado izquierdo de la vida. Zurdo es Leo Messi, dios en tierra firme. Zurdos eran Djalminha, Rivaldo o Roberto Carlos. O Kily González, Gustavo López y Savio Bortolini. Zurdo era Ander Garitano. Y Chilavert. El zurdo, el buen zurdo, siempre ha sido diferente. El zurdo acaricia el balón con una distinción especial, con la mayor de las finuras, con sutileza y adormeciendo la pelota, que de sus pies sale, rueda y llega a su destino con suavidad, como tranquila después de un plácido viaje.

Zurdo es James Igbekeme, que en la primera parte en Sabadell recordó al de su primera aparición en Zaragoza, conduciendo el balón con verticalidad, rompiendo líneas, fortaleciendo el centro del campo y rozando el gol en una ocasión en llegada nacida de una combinación magistral con Narváez que Mackay, un mal vuelo y grandes paradas toda la noche, desbarató con la misma maestría. Zurdo también es Bermejo, de cuya pequeña bota salió el balón tocadito desde el córner que Jair, otro zurdo, imperial en defensa y clave en la progresión del equipo junto a Francés, convirtió en el 0-1. El madrileño ya le había hecho un regalo a Vigaray en La Rosaleda.

El Real Zaragoza se adelantó con todo merecimiento. Volvió a mostrar la solidez colectiva que JIM le ha imprimido desde su llegada, 14 puntos de 21 posibles, solo cuatro goles encajados en siete encuentros, y estuvo más cerca de ganar que de perder, volcando el campo hacia el área local con gran ambición en los últimos minutos. El empate fue de los malos pero la mejoría es palpable. Narváez, el más zurdo de los diestros en esta plantilla, erró otro penalti, la pena máxima de la jornada, y Sanabria lo intentó con un zurdazo. Al final, Ratón, zurdo también, evitó el 2-1.