A la temporada del Real Zaragoza, encarada ya hacia su último tercio, le une un hilo conductor: el sufrimiento semanal. Este año, en función de los resultados, jueces inmisericordes para todos los equipos cuando las Ligas concluyen, las emociones están viajando a través de sensaciones con un cariz muy similar: el miedo, el miedo terrible a un descenso a Segunda División B, la angustia, los cabreos, la incomprensión, por momentos la esperanza o hasta alivios nerviosos, como después del punto sumado en Las Gaunas, malo porque mejor era ganar ante la dureza del calendario que viene pero bueno porque peor era perder contra un rival directo.

Desde la llegada de Juan Ignacio Martínez, maestrillo con un librillo de estilo conservador pero hasta ahora eficiente, el Zaragoza ha resucitado. Parece poca cosa, porque el aliento frío de los cuatro últimos puestos todavía se siente de bien cerca, pero el entrenador recogió un equipo hundido, sin confianza y con un bagaje lamentable. Lo ha levantado. Estaba cuatro puntos por debajo de la línea del descenso y ahora lo tiene tres por encima, aunque con un pelotón de indios persiguiéndole. Por ponerlo en valor, el alicantino ha sumado 21 puntos de 39, casi el ritmo de puntuación que está llevando el sexto clasificado.

El calendario al que se ha enfrentado ha sido propicio. Le queda lo peor. Ha multiplicado de manera sustancial el rendimiento que sus predecesores le sacaron a una plantilla con defectos terroríficos de base, origen de todos los males. A la fase decisiva de la temporada llega el Real Zaragoza sin que le sobre nada, faltándole muchas cosas. Cada punto es un tesoro que acerca a la permanencia. Con un plan de juego tan definido, primero guardar la viña y luego a ver qué cae, sabiendo que los partidos se deciden muchas veces por acciones puntuales, los famosos detalles, será decisivo que los futbolistas tomen conciencia uno a uno de lo trascendental que es su concentración, su celo y su responsabilidad para que se reduzcan los errores individuales que directamente están costando puntos.

El penalti fallado por Narváez en Sabadell, que impidió el triunfo, el gol que encajó Cristian Álvarez contra el Alcorcón en el 0-1, el error conjunto del portero argentino y Jair en Oviedo (1-0), el regalo de Vigaray en Vallecas (el 3-2) o el penalti del portugués en Las Gaunas. Por esa vía, la del desacierto en acciones claves y por las serias desatenciones individuales, han escapado siete puntos recientemente. Siete puntos para este Real Zaragoza son la vida. Eso es lo que está en juego.