Por arrojo, por exceso de intrepidez o seguramente porque creía a pies juntillas en lo que decía, pero James Igbekeme fue el primero que tuvo el valor de hablar a pecho descubierto del playoff como objetivo del Real Zaragoza para la segunda vuelta. Entonces, recién comenzado enero, pudo parecer un marciano. Hoy realmente lo es, el futbolista más en forma del grupo, un jugador de área a área, pulmón en el medio y que parece de otro planeta diferente en Segunda. El equipo ha crecido al ritmo que tarareaban las piernas de James y James ha crecido a la velocidad de crucero con la que se envalentonaba el equipo.

De su fuerza debe seguir tirando el Real Zaragoza a pesar de que el empate a cero contra el Albacete dejó el sabor áspero de las empresas inacabadas y ese amagor de cuando esperas un final con un gustillo más dulce. Faltó una mejor definición en las dos ocasiones que tuvo Álvaro Vázquez, especialmente en el mano a mano de la primera parte, y un peor portero bajo los palos de la meta contraria, sobre todo en una estirada muy estética al vuelo en un disparo estupendo de Eguaras desde fuera del área. El empate supo a poco, pero el Zaragoza de Víctor Fernández resiste la comparación con el mejor equipo de Segunda. Qué decir con aquel de Lucas Alcaraz que dejó una herencia terrorífica y de caro precio.

Con el descenso cada vez más lejos, y con el nivel futbolístico consolidado, la mirada debe seguir puesta en el objetivo que señaló James cuando parecía un imposible. Ayer toda La Romareda pensaba en ello. Quedan 45 puntos. Que haya esperanza mientras haya vida.