Nunca ha pasado inadvertido, seguramente por esa imagen distinta que siempre le ha concedido su pelo largo, que tan pronto le ha servido para aparecer en la lista de los diez más guapos de un Mundial como entre los más parecidos a Jesucristo. En tópicos, a unos les recuerda a un bailaor flamenco; para otros es un beatle moderno, con ese aire de bondad rebelde, ese mensaje natural y llano con el que se expresa desde hace años, alejado del esterotipo común del deportista. Conquistó el corazón de Escocia durante siete temporadas, nada menos que Celtic Park, uno de los santuarios del fútbol, donde crecen los héroes de los católicos cuando no los engulle el barro. A Georgios Samaras no se lo tragó la lluvia ni la atmósfera de Glasgow. Más bien al contrario, se convirtió en ídolo de los bhoys, el poético club escocés donde quedó definido por un gesto que marcará toda su carrera , seguramente su vida pública también por encima de sus decenas de goles.

Samaras había conocido a Jay Beatty, un niño de 10 años con síndrome de down, en Irlanda. El 13 de mayo del 2014, en la celebración del título de Liga del Celtic, lo recogió de brazos de su padre en la grada y lo incluyó en la celebración del equipo sobre el césped, segundos después de que Neil Lennon le regalara su medalla de campeón. Los gestos de alegría del muchacho, el cariño con el que le trató el griego y las imágenes de la grada emocionada dieron la vuelta al mundo. Fue el traslado de los mejores valores del ser humano al deporte, tan acorchado en ocasiones, cada vez más alejado de la realidad y los sueños de sus seguidores.

No es el caso del Celtic, ni de Samaras. «Se trata de un niño muy especial, de una fuente de inspiración, y todo el equipo está muy orgulloso de tenerlo con nosotros», explicó el delantero heleno, quien pasó del brillo de los focos a la sombra poco tiempo después de aquella tarde de primavera en Parkhead. Pronto se le perdió la pista en el fútbol de primer nivel. Estuvo unos meses en el West Bromwich Albion al dejar Glasgow. Poca cosa. Se tuvo que marchar al Al-Hilal de Arabia Saudí y más tarde a Estados Unidos, donde compitió con el Rayo Oklahoma City hasta el pasado noviembre. Allí se le oscureció una carrera exitosa en la que ha jugado dos Mundiales y dos Eurocopas con Grecia, además de haber ganado siete títulos con el Celtic de Glasgow.

Samaras no ha perdido relación con Jay. Ha ido a visitarle a su casa, le ha enviado a recoger premios en su nombre, incluso lo impulsó para que ganara el gol del mes en Escocia. Lo logró con el 97% de los votos superando a dos jugadores del Celtic. Es la otra vida de Samaras, un griego que nunca ha jugado en la Liga griega. Entró en el OFI creta, donde jugaba su padre, a los 10 años, pero en el 2000 dejó su país para enrolarse en el fútbol holandés, en las categorías inferiores del Heerenveen, con el que debutó en la Eredivisie en la temporada 2002-03. Tres goles en sus cuatro primeros partidos, todos ellos saliendo desde el banquillo, dejaron asomar el potencial del heleno, a quien en el 2006 le dieron el Golden Boy, premio al mejor jugador joven de Europa.

Fue la antesala del millonario fichaje por el Manchester City, donde no logró encajar. Marcó 12 goles en 63 partidos y nunca logró asegurarse la titularidad. Año y medio después, cambió Inglaterra por Escocia, el nudo de su carrera. Allí lo recuerdan por su humildad, su personalidad, la bondad y la implicación en el club y el vestuario, valores incalculables para un futbolista que ha sido 81 veces internacional con su selección. «Como persona, no puedes pedir a algien mejor para representar al club», dicen en el Celtic.

Más allá de la persona, su talento como futbolista es indudable siempre que las condiciones físicas le acompañen. Dijo una vez que no era un jugador de banda, que él era delantero. Hace ya años de aquello. Samaras se ha desenvuelto comúnmente caído en la zona izquierda de la delantera, desde donde ha mostrado una sorprendente velocidad para regatear pese a su estatura (1,92). Es más un jugón que un animal de área. De hecho, lo único que le reprochaban en Escocia era ser un mal cabeceador, aspecto este que ni tiene tanta importancia en el fútbol español ni se mide con el mismo rasero.

Una frase resume el fútbol para el griego. «No juego a fútbol por récords o números. Juego porque lo amo y porque quiero que mi equipo gane. Lo demás son solo números para mí. Si ganamos y yo marco un gol, bien. Pero lo principal es conseguir algo de cada partido, no marcar goles yo». Tiene pinta de estrella Samaras. Falta por saber si el fútbol aún le acompaña.