—¿De dónde viene el apodo de Chupete?

—De mis comienzos en el fútbol. Cuando fiché a los 15 años por el Tudelano, que estaba en Tercera División, al más joven del equipo le llamaban Chupete. Luego fui coincidiendo con Lumbreras y otros compañeros en diferentes equipos y se me quedó. A mis hijos también les llaman Chupete. Se ha heredado, pero lo llevamos bien, es un apodo cariñoso.

—Nació en Villafranca de Navarra. ¿Creció allí?

—Sí. Somos cinco hermanos y vivimos allí hasta los 14 años. Empezamos a jugar en el Alesves, pero por motivos de estudios íbamos a los Jesuitas de Tudela y acabamos en el Tudelano. Allí ya me preseleccionó la selección española juvenil. Soy de la época de Míchel, Martín Vázquez... Luego fiché por el Atlético de Madrid juvenil, donde estuve un año, y de allí pasé al Osasuna Promesas. En Pamplona debuté en Primera División con el primer equipo, aunque sufrí dos lesiones graves.

—¿Cuánto le influyó crecer en una familia de fútbol?

—Mucho. En la familia de mi padre, los cuatro hermanos varones llegaron a jugar en Primera. El mayor es mi padre, José, que debutó en Primera con el Zaragoza en Torrero, en 1951. Mi tío Francisco jugó en el Logroñés, el Osasuna y el Mallorca; mi tío Javier también estuvo en el Atlético; y mi tío Jesús fue el más famoso, jugó muchísimos años en el Atlético y el Espanyol y fue internacional 21 veces con España.

—¿Sus hermanos también salieron futbolistas?

—Sí. El que más lejos llegué fui yo. De pequeños estábamos todo el día en la calle con el balón.

—¿Por qué solo jugó un partido con el Osasuna?

—Tuve una lesión que estuve un año sin jugar y me mandaron cedido al Logroñés, en Segunda. Ahí no estaba bien recuperado y no tuve oportunidades. Me planteé dejarlo y dedicarme a mi carrera de Empresariales, pero me apareció el Lérida, que estaba en Segunda B y tenía muchos navarros. Allí resurgí con Jordi Gonzalvo, que fue el entrenador que me dio toda la confianza que necesitaba. Ascendimos, llegamos a octavos de Copa contra el Barça y todo cambió. Al año siguiente, ya en Segunda, tuve varias ofertas, entre ellas la del Zaragoza. Buscaban un extremo zurdo para poner centros. Pero Sirakov, que era el gran fichaje, se lesionó en pretemporada y ya no hacían tanta falta esos centros.

—¿Quién lo llamó?

—Estaba Miguel Beltrán de presidente y Paco Santamaría de secretario técnico. Tuvimos una reunión antes de acabar la temporada en mi pueblo y firmé por tres temporadas. Jugué casi 70 partidos con el Zaragoza, aunque lo hice de lateral. Era más ofensivo que defensivo, patadas no he dado nunca, y me costó, pero tengo que agradecérselo a Antic, que fue el que me puso allí.

—Llegó a un Zaragoza mucho más potente que el actual.

—Sí. Cuando yo fiché, estábamos en la plantilla 35 jugadores. Había muchos futbolistas pendientes de rescindir contrato y a nivel de ambiente era bastante complicado. Teníamos cuatro porteros: Vitaller, Ruiz, Cedrún y Chilavert. Todo fue difícil, pero a pesar de tener un montón de lesiones importantes, con jugadores de la cantera como Belsué, Salillas y Salva, acabamos quintos y logramos meternos en la UEFA, algo que era impensable.

—¿Qué recuerda de sus primeros días en Zaragoza?

—No conocía a nadie y me fui juntando con los solteros. Con Juliá, Señor, Belsué, Salva, Salillas, Borao… casi todos los de la casa.

—¿A quién recuerda?

—A Sirakov. Era deslumbrante. Fíjese si era bueno que, incluso cojo, siguió jugando bastantes años. Ya estaban Pardeza, Higuera y otros, aunque para mí el mejor siempre fue Señor. Tenía un desparpajo jugando en La Romareda que no era nada fácil.

—¿Había más exigencia?

—Sí. La gente no solo quería que jugases bien, sino que ganases bien. Quizá por esa exigencia el equipo rendía más. También es cierto que a los rivales el público les achuchaba mucho.

—Además de buenos futbolistas, había grandes caracteres como el de Chilavert. ¿Cómo era?

—Era un personaje muy especial. Era muy buen portero. Y no solo eso, no había otro que le pegara al balón igual de bien que él. Ya se sabe que hasta tiraba penaltis. Lo que pasa es que era muy problemático a nivel de trato, era muy especial.

—Antic había sido jugador del Zaragoza, pero como técnico era desconocido. ¿Fue innovador?

—Sí. No era un técnico de dar palizas físicas, sino de trabajos intensos y cortos. Incorporó a Juliá como pivote por delante de la defensa, probó a Señor de libre y a Juanito lo puso alguna vez en el centro del campo. Y a mí en el lateral izquierdo. Cuando no jugaba yo, lo hacía Lumbreras.

—En esos años jugó partidos inolvidables como el de la UEFA en Hamburgo. ¿Lo recuerda?

—Desde luego. Con todo lo que nos hicieron… Aun siendo eliminados, tuvimos recibimiento en el aeropuerto a la vuelta. Habíamos ganado aquí 1-0 y allí nos quedamos con ocho jugadores en los últimos minutos -fueron expulsados Higuera y Pablo Alfaro y Fraile se tuvo que retirar lesionado en la prórroga-. En la prórroga, cuando perdíamos 2-0 y estábamos con tres menos, tuvimos dos ocasiones clarísimas para clasificarnos. El arbitraje fue muy propio de aquella época.

—¿Recuerda los incidentes?

—Los jugadores del Hamburgo eran bestias, tanto físicamente como a nivel de insultos. Al acabar el partido incluso subieron a nuestro autobús a pelear.

—Su último partido como jugador del Zaragoza fue el día de la promoción ante el Murcia. ¿Cree que ese partido marcó a una generación?

—No fui convocado. En Murcia, en la ida, tuvimos mucha suerte porque nos podían haber goleado, pero en La Romareda hicimos un partidazo y ganamos 5-2. En casa ya no era solo lo que hacías tú, sino lo que apretaba el público al rival. Esos partidos determinan un paso enorme. Si ese Zaragoza hubiese bajado, probablemente no habrían aguantado jugadores como Higuera, Pardeza, Belsué, Poyet… Tres años después se ganaba una Copa y un año más tarde la Recopa. En vez de deshacerse el equipo, se construyó el futuro.

—¿Todavía le quedaron ganas de seguir en el fútbol cuando se marchó del Zaragoza?

—El mismo entrenador que había tenido en el Lleida estaba en el Sant Andreu, en Segunda B. Me ofreció un proyecto ilusionante. Habían fichado a Calderé del Barcelona, a Iñaki del Espanyol… Jugábamos en el Olímpico de Montjuic. Allí jugaba de mediapunta. Ese año nos ocurrió el suceso que más marcado me dejó del fútbol, jugando la promoción.

—¿Qué sucedió?

—Nos jugábamos el ascenso en el último partido en Lugo. El árbitro era el famoso Japón Sevilla. En una jugada para rematar Calderé solo, sin portero, lo derribaron. El árbitro no solo no pitó penalti, sino que le sacó la segunda amarilla y lo expulsó. Era el minuto 20, faltaba casi todo el partido.

—¿Cómo reaccionó?

—Nunca había dicho lo que le dije ese día a Japón Sevilla. Su contestación fue: «Di lo que quieras, este partido no lo vais a ganar». Montamos en cólera, le dijimos de todo. Nos bastaba el empate, pero nos ganó el Lugo 2-1 y ascendió. Al final se le pegó al árbitro, yo recibí algún golpe de la Policía...

—Aún volvió a casa antes de despedirse del fútbol.

—Sí. Me había casado y jugué el último año en el Tudelano, aunque vivía en Zaragoza. Mi mujer era de aquí. Cuando llegué a Zaragoza ya me advirtieron que de Zaragoza no saldría soltero (risas). ¡Tenían buena fama las mañas!

—En el 94 dijo adiós.

—Sí. Luego aún fuimos campeones de España de fútbol laboral con el Kronos.

—¿Se parece en algo el fútbol de hoy al que jugaba?

—No. Ha cambiado mucho. El aspecto físico es básico, por eso hay tanta igualdad. En Segunda cualquiera puede ganar.

—¿Quién le dejó huella?

—Tenía una relación especial con Juliá, Belsué y Señor.

—¿Cómo acabó de presidente de los veteranos?

—Antes jugábamos 10 o 12 partidos al año e incluso cobrábamos algo de dinero. Teníamos gente, pero con lo que ha pasado en el Zaragoza los últimos años, somos pocos. Ahora se va incorporando Cani, pero solo jugamos el partido de Aspanoa. Para nosotros es la final de la Champions por lo que representa.

—¿Cómo lo eligieron?

—Hicimos unas votaciones para darle otro aire a la agrupación y decidimos que, quien saliera elegido, no podía decir que no. Me eligieron a mí. Tenemos un lunar que me duele mucho, y es que no tenemos prácticamente ninguna relación con el Zaragoza.

—¿Por qué no hay relación?

—No lo sabemos. No la hemos tenido nunca. Antes no supimos concretarla y ahora es nula.

—¿Por dejadez, por desinterés?

—Interés tendrá el Zaragoza, digo yo. Tuvimos alguna reunión, pero no hemos avanzado por diversas circunstancias. La agrupación está prácticamente desactivada.

—¿Qué se puede hacer?

—Primero necesitamos gente que se comprometa. Se podrían hacer muchas más cosas con exjugadores conocidos que pudiesen ir a eventos, pero no hemos encontrado el camino a seguir.

—¿Qué piensa del equipo?

—Creo que hay que cambiar las cosas, mentalizarse de otra manera. Es la quinta temporada en Segunda y hay que decirle claramente a la gente a lo que se aspira. Cuando viene Natxo, por ejemplo, que a mí me parece buen entrenador, yo prefiero que se diga que se va a trabajar con gente de la casa, que es lo más importante que está haciendo ahora el Zaragoza. Al entrenador hay que decirle que juegue el mejor, pero en caso de igualdad, que juegue el de casa porque es un valor que te queda. Creo que el Zaragoza no tiene un equipo solvente, este año no lo veo para ascender.

—¿Cuándo ascenderá?

—Hay que ser cautos. Se está haciendo una buena labor económica, pero falta la deportiva, que pasa por plantearse seriamente hacer la base con una buena hornada de jugadores de casa.

—¿De osasunista le queda algo?

—Me queda el cariño de mis años allí, nada más.

—¿De dónde diría que nacieron los problemas con el Zaragoza?

—Cuando yo era jugador del Zaragoza ya teníamos muchos problemas en Pamplona, nos tiraban de todo. Con los veteranos hicimos hace unos años un encuentro en El Pilar, donde trajeron flores, y nosotros fuimos a San Francisco Javier. Cuando jugó el Zaragoza allí, fui a ver el partido y me llevé la sorpresa de que no solo eran los Indar Gorri los que cantaban contra el Zaragoza y la Virgen del Pilar. Era algo generalizado. Aunque soy navarro, me dolió mucho, es inexplicable.

—¿No sucedía cuando estaba en el Osasuna?

—No. Entonces había más acritud con los vascos, con el Athletic y la Real. Navarra se ha vasconizado. Yo me considero navarro, pero soy de la ribera y nos llaman los maños de Navarra. El carácter es muy aragonés.

—¿Vio venir el final del fútbol?

—Sí. Lo pasas mal. Yo me retiré con 32 años. A esa edad eres joven para la vida, pero no tienes experiencia para trabajar. Es difícil cambiar el chip, pero me habían educado mis padres para que estudiara. Saqué la diplomatura en Empresariales en la facultad de la plaza de los Sitios y luego me sirvió de mucho.

—¿Para las tintas de Zaforsa?

—Me casé con una maña que tenía un padre con una empresa de artes gráficas y allí entré. No tenía ni idea de tintas ni de nada. Empecé desde abajo, aprendiendo y saliendo a vender. Ahora llevo la gerencia de una empresa muy importante en el sector.