El momento era como para no creer en nada. El Real Zaragoza venía de sumar otra derrota más, había tocado fondo precipitándose hasta el penúltimo puesto de la clasificación, con trece puntos conseguidos de 54 posibles y la distancia con la zona de la permanencia se había ensanchado hasta los cuatro puntos. En medio de esa coyuntura deportiva tan difícil, que había sacudido las estructuras del club, con cambio de director deportivo incluido y dos entrenadores caídos en desgracia, apareció Juan Ignacio Martínez y, sintéticamente, dijo una cosa. Que creía.

En ese momento, claro, con la ventana de enero como única esperanza social, pocos le creyeron. "Creo firmemente en los jugadores que tenemos. Deben ser los primeros fichajes del mercado de invierno. El Zaragoza tiene una plantilla muy competitiva". Y lo repitió. "Muy competitiva". JIM responde al perfil de entrenador de toda la vida, clásico, con modos muy costumbristas. No maneja el lenguaje delante de los micrófonos de manera brillante ni usa los términos futbolísticos de esta nueva era, en la que se han introducido conceptos, giros, palabras y formas de decir muy específicas y de cuño novedoso. JIM pertenece a otra especie. Es de esos técnicos que hablan a ras de césped, con las botas puestas, y cuyo idioma se entiende dentro de los vestuarios sin traducción.

Cuando dijo eso era 15 de diciembre. Dos meses después tiene al Real Zaragoza dos puntos por encima del descenso, ha ganado 14 puntos de 21 posibles, el equipo es muchísimo más competitivo y sólido defensivamente, está sacando el rendimiento que prometió a varios jugadores (salvo al Toro, con el que erró en su profecía), ha revitalizado al grupo desde el punto de vista anímico y únicamente ha perdido un partido, condicionado por un error manifiesto de un árbitro. Esto es muy largo, el trabajo no está terminado y la carretera se empinará en unas semanas con rivales de mayor entidad que los de estas siete jornadas precedentes. Cuando en su presentación le nombraron la Segunda B, Juan Ignacio, como él se llama a sí mismo, se negó siquiera a hablar de ella. Ahuyentó esas brujas. De momento, las mantiene lejos. Y el tiempo le está dando la razón.