Jordão aborrece el fútbol. No quiere saber nada de su pasado. Vive en silencio, alejado de cualquier tipo de foco que le apunte solo por lo que un día fue. Considera que el balón le hizo prisionero de una realidad que le asfixiaba. Se sentía esclavo de todas esas miradas que le perseguían por ser un jugador de primer orden. Aquellas experiencias le llevaron a trazar una vida distinta para romper con su ayer. Porque el que fuera uno de los fichajes más fastuosos de la historia del Real Zaragoza es ahora un reputado pintor cuyos trazos reflejan la sensibilidad de un hombre que se ahogó en el césped.

Solía llevar un libro en los viajes. Era sociable, pese a no hablar mucho, y siempre portaba una sonrisa muda cargada de mensajes. A sus 23 años había empezado sus estudios de peritaje industrial, una faceta que encandiló a Avelino Chaves, ya que al secretario técnico le encantaba que sus jugadores cuidasen el cuerpo y la mente. Lo tenía todo para rellenar el gigantesco vacío que había dejado Lobo Diarte, vendido al Valencia por cerca de 60 millones de pesetas. «Tiene mejores condiciones que Johan Cruyff, espero que en un año le supere», dijo el exentrenador del Benfica Milorad Pavi. Avelino ató el acuerdo con gran celeridad, a sabiendas de que el Bayern o el Anderlecht iban a hacer un esfuerzo por él. Viajó a Lisboa y convenció a todos. Había firmado un punta soberbio, una gacela con unas cualidades goleadoras descomunales, de hecho anotó 30 goles en 28 partidos en su último año en Portugal (había sido Bota de Bronce). «Era como si el Zaragoza del 2010 hubiera fichado al Falcao del Atlético», comenta el exguardameta blanquillo Manolo Nieves.

Su aterrizaje en el aeropuerto de Zaragoza levantó polvareda. Llegó arropado por Avelino y el presidente José Ángel Zalba mientras los cámaras y reporteros le engullían. Era la antesala de lo que le esperaba a orillas del Ebro, y eso no le gustaba nada. Tenía un carácter introvertido, sobre todo se sentía inseguro al no dominar el castellano. Sabía que el comienzo iba a ser duro, algo que atestiguó en su primera actividad con el club.

El Real Zaragoza se disponía a realizar su tradicional ofrenda de flores a la Virgen del Pilar. Jordão no se sentía cómodo entrando a una basílica católica por sus creencias religiosas. «Le dije ‘tú tranquilo, es como si fueras de turismo a Fátima’», rememora Avelino Chaves. Aquel día comenzó su resentimiento. La gente, la dichosa gente. «Lo contemplaban como si fuera de otro mundo. Él no sabía que la sociedad zaragozana no estaba acostumbrada a ver hombres de color, y encima era famoso. Cómo se iba a adaptar si salía a la calle y todos le miraban», relata el excapitán Manolo González. «Aunque lo peor lo vivió dentro del vestuario», añade Nieves. Los roces se empezaron a percibir a las primeras semanas. «Por aquel entonces el vestuario estaba dividido en dos bandos: los que iban con Arrúa y los demás», cuenta González. Nino era el rey del Zaragoza y no estaba dispuesto a ver su estatus amenazado. Fue la clásica historia de celos, una enemistad entre gigantes que fue potenciándose cronológicamente. Suceso a suceso, golpe a golpe.

NINO ARRÚA

A Arrúa no le gustaba el ‘Sucesor de Eusebio’. Se empezó a sentir incómodo cuando Jordão se movía en el campo por la mediapunta, donde el paraguayo solía destacar. La mecha se prendió en una tarde de noviembre ante el Salamanca. El nacido en Angola había anotado de penalti y estaba de dulce. Minutos después provocó una nueva pena máxima, la cual se disponía a tirar. Cuando se dirigía al punto fatídico llegó Nino por detrás, le arrebató el cuero y lo tiró fuera. Aquel suceso incendió al club, que tomó como medida multar a ambos y apartar del equipo a Arrúa durante casi un mes. Una sanción que hundiría a Jordão.

«No le daban un balón. ¡No le pasaban la pelota a un crack mundial!», asevera Nieves. Muchos jugadores no le querían encontrar. Era habitual verle levantar los brazos, pidiendo la atención de sus compañeros, desesperado por ser correspondido. Solo. «Un día lo vi cenando en soledad, me levanté y me puse con él. Faltaba compañerismo», dice González.

Se marchó con 14 goles, hundido en lo personal y con un inesperado descenso a Segunda. «Estuve muy amargado. He fracasado como goleador y como persona», reconoció al Diario As. Jordão llegó a fingir enfermedades para forzar su traspaso al Sporting de Lisboa, donde consiguió destapar su potencial, consagrándose como una leyenda del club y llegando a brillar con la selección portuguesa en la Eurocopa del 1984.

Estudió historia del arte para retomar su pasión de la infancia, cuando pintaba las ilustraciones en el periódico de su colegio. Quiso vivir como aquel niño. En silencio, aunque muchas veces le vengan ecos de aquellas tardes de zozobra en La Romareda. «Él prefiere no hablar de fútbol, y menos con periodistas», comenta su entorno más cercano. Su sensibilidad se ahogó en un deporte lleno de claroscuros. Algo que descubrió durante aquellos largos días por Zaragoza. «Sigo dándole vueltas. Creo que todo hubiera sido diferente si todos hubiéramos sido mejores con él», lamenta González.