Con 29 años se convirtió en el presidente más joven del viejo Zaragoza, antes de unir a los Zaraguayos en los desiguales años 70, de impulsar y construir la Ciudad Deportiva y de dimitir tras el descenso del 77. Volvió en el 88 para dejar paso por ley a las sociedades anónimas deportivas, contra las que sigue combatiendo. Diez temporadas al frente del Real Zaragoza convierten a José Ángel Zalba (Biota, 1943) en uno de los personajes más relevantes de la historia del club.

--Llegó al Real Zaragoza muy joven, cuando Alfonso Usón era presidente, a finales de los años 60. ¿Cómo fue?

--Entré como directivo para llevar las relaciones con los medios de comunicación. Tenía muy buena relación con los periodistas que se desplazaban, incluso muchas veces viajábamos juntos en coche. Entre Eduardo González, Ricardo Martínez y compañía me empujaron. José María Aranda, que era directivo, me propuso entrar, aunque no terminé el mandato porque Alfonso Usón desconfiaba de mí.

--¿Por celos?

--No, por informaciones. Cualquier cosa que salía pensaba que la había filtrado yo. Entonces, como vi que era incómodo para los dos, pues lo dejé. Al año siguiente bajó el equipo a Segunda.

--No había cumplido los 30 años, pero al final de la 70-71 decidió dar el paso a la presidencia.

--La edad fue lo que me hacía dudar. Me daba un poco de apuro porque había jugadores que eran mayores que yo. Los mismos que me habían empujado para entrar en la directiva lo hicieron para que me presentase a presidente.

--¿Qué se encontró en el club?

--Conocía casi todo ya. Había una deuda de 20 millones de pesetas. Era un desastre, dicho con ironía. El presupuesto era de unos 100. O sea, un 20 por ciento. Nos vino muy bien que nos embargasen el trofeo Carranza porque hizo reaccionar a todo el mundo y empezamos en Segunda con bastantes más socios. Luego, incluso llamó el alcalde de Cádiz para decir que pagaba su ayuntamiento el importe del embargo. El Barcelona se ofreció a venir gratis, el Espanyol...

--¿El Zaragoza tenía una consideración distinta a la actual?

--Tenía prestigio. Eran muchos años de un club guiado por gente seria y sin ningún tipo de interés personal. Lo que nos guiaba era el zaragocismo.

--Su primer mensaje fue de austeridad. E inició una campaña novedosa, la operación 25.000 socios.

--Sí. La austeridad es algo que he tenido siempre. Con la operación se movilizó muchísima gente conocida. Fue un éxito.

--¿Costó arrancar?

--Sí, mucho. Tuvimos que cambiar de entrenador. Empezó Rosendo Hernández, pero lo tuvimos que cambiar muy pronto por Iriondo, un hombre que se pasaba todo el partido rezando. Tener fe en algo a veces funciona. A él al menos, le funcionó.

--Después de ascender en mayo del 72, comenzó la construcción del equipo de los Zaraguayos.

--Lo primero que queríamos era asentar el presupuesto y acabar con la deuda, además de dar un patrimonio al Zaragoza con los 200.000 metros de terreno de la Ciudad Deportiva. Y fuimos haciendo un equipo, que también era patrimonio. Al segundo año ya fuimos terceros; más tarde, segundos; después, finalistas de Copa... antes de que se alborotase todo.

--¿Cómo armó ese equipo?

--Trajimos jugadores que a lo mejor en España no se conocían mucho, pero Arrúa y Ocampos ya tenían su prestigio. Diarte vino muy joven, pero ya era internacional con Paraguay, luego llegó Cacho Blanco...

--¿Cómo elegía los jugadores?

--Una de las cosas que más me preocupaba, que aprendí muy pronto, es que los futbolistas fueran buenas personas. Si un jugador es conflictivo, aunque sea muy bueno, al final no da un rendimiento.

--¿Con Jordao tuvo conflictos?

--Fue un problema entre Arrúa y él más que con el público o la directiva. Tenía un carácter especial. Arrúa era un hombre egoísta, que le gustaba que el equipo jugase para él y ser el protagonista. Sabía, además, digerirlo, administrarlo.

--¿Era un divo?

--Claro. Pero Jordao llegaba con un prestigio importante, había sido bota de oro. Lo que pasa es que aquí estaba siempre triste.

--¿Hubo problemas de racismo?

--Él podía pensar que sí, que al ser de color los otros lo veían de una forma diferente. Pero ya digo que era un hombre poco expresivo y retraído.

--¿Los fichajes salían del olfato de Avelino Chaves?

--Chaves era más directivo que otra cosa. Recopilaba todos los datos que salían y cuando se le preguntaba por algún jugador, enseguida sacaba su archivo y te informaba. Podías confiar en él, además, porque sabías por descontado que no te iba a hacer ninguna jugarreta oscura.

--De esa época quedan recuerdos amargos como la final perdida ante el Atlético con el árbitro como protagonista.

--Fue una final triste. Yo tenía muy buena relación con Segrelles y se había portado bien con nosotros. No quiero pensar que nos perjudicó queriendo. En aquel momento era la primera Copa del Rey, había mucha presión en el campo... muchos condicionantes. A mí me afectó mucho aquel partido.

--También se culpó a los jugadores, sobre todo a Arrúa.

--Yo no tenía mucha relación con los jugadores. Generalmente, hasta nos tratábamos de usted. Algunos eran más particulares, como Diarte, que tenía sus niñerías. Una vez, para que fuera a jugar a Vigo le tuve que comprar una guitarra nueva de doble cuerda. Fue y metió dos goles, por cierto. Pero en general, al ser yo tan joven, procuraba tener esa coraza de la distancia.

--¿La Ciudad Deportiva es su gran obra como zaragocista?

--Para mí fue algo muy importante, nos permitió trabajar con los chavales. Entonces íbamos de un sitio a otro, alquilábamos campos o nos los dejaban. Empezamos el proyecto en el año 73 e inauguramos la Ciudad Deportiva en el 75. También entonces hicimos la ampliación de La Romareda para el Mundial 82. Curiosamente, la ampliación la tuvo que pagar el club.

--Cerró su primer ciclo en el Zaragoza en el 77.

--Fue mucha culpa mía ese descenso. Al nombrarme presidente del Mundial, de alguna manera no atendí al día a día del club. Me desanimé bastante, tuve una conversación con Eduardo Fuenbuena y le dije que me iba a ir. No lo vio mal, así que adelante.

--Volvió once años después. ¿Lo echaba de menos?

--No. Tampoco puedo contar toda la verdad, y menos para escribirla. Habían pasado muchas cosas y me llamó un buen amigo metido en política y me animó a regresar.

--¿Fue una etapa tranquila?

--Sí. Me encontré un equipo muy justito. Estaba de entrenador Radomir Antic, una persona con su carácter y que tenía sus favoritos.

--Había grandes personalidades como Chilavert.

--Yo me encontré un contrato suyo que había que pagarle en Canadá y no me pareció bien. Así que dije que si quería cobrar, que le depositaría el dinero en el Banco de España. Tenía un carácter difícil y se creó un cisma.

--¿La elección de Víctor Fernández fue determinante?

--Víctor tuvo que padecer algunos malos modos del entrenador cuando empezó poniendo el título para que pudiese entrenar Antic. Si no lo humilló, al menos no se portó como debía.

--¿Por que lo eligió?

--No creo mucho en los entrenadores. Con tal que tenga unos conocimientos fundamentales y que no sea gafe, es suficiente. En las personas gafes sí creo. Yo veía entrar en el palco a uno de esos gafes y ya sabía que íbamos a perder. Pero estaba convencido de que Víctor era un hombre de suerte, aparte de ser un chico serio y preparado. Primero fue una forma de ahorrar dinero, pero luego ya lo vi trabajar y por eso le dimos el equipo. Ahora no sé nada de él, no sé cómo le van las cosas.

--Ha regresado Víctor Muñoz, otra vez al rescate. O a intentarlo.

--Conmigo ya estuvo aquí en sus dos etapas como jugador. Le deseo mucha suerte, falta le va a hacer en este Zaragoza.

--Fue el último eslabón entre el Real Zaragoza CD y la SAD. ¿Creyó al principio en la famosa ley de las sociedades anónimas deportivas?

--Yo tenía una preocupación. La idea había sido de Jesús Gil y eso me tenía muy mosca. Saliendo de Gil, no podía ser algo bueno para los intereses generales. Lo que él quería era quedarse con el Atlético en propiedad.

--¿Por qué ha salido tan mal?

--Es muy sencillo. La cultura en España siempre ha sido de fidelidad a unos colores. Tú te puedes cambiar de mujer, pero no de equipo. Los directivos de antes eran médicos, abogados... Cuando un jugador necesitaba asistencia de lo que fuera, se lo hacían gratis. Pero no en mi junta, en todas las que han trabajado para el Zaragoza. Todos lo hacían gratis. Y eso que entonces te jugabas hasta tu negocio. Mire Usón, que tenía un despacho de prestigio y se tuvo que ir a vivir a Filipinas por la presión. Yo achaco que hayan funcionado tan mal las sociedades a eso, a que apareciesen intereses personales.

--¿Cómo fue la transformación?

--Tuvimos que hacer cuatro rondas. Vinieron incluso Gómez Navarro y Cortés Elvira un día al ayuntamiento para hacer fuerza, pero aun así no suscribimos más del cuarenta y tantos por ciento de las acciones. Entonces fue cuando Alfonso Soláns se quedó con la mayoría, unos 270 millones de pesetas (1.600.000 euros, aproximadamente). Luego, las sociedades anónimas tienen cosas como que cambian el objeto de la sociedad. Y eso hicieron cuando empezó Agapito, ya de acuerdo con Soláns. Ahora el Zaragoza es una empresa de construcción. Que además el Zaragoza lo controlara un partido político fue el desastre.

--¿Qué advirtió entonces?

--Se vieron barbaridades como el fichaje de Ayala, que a mí me entraban sudores. Cómo se puede gastar el Zaragoza seis millones de euros por temporada en un jugador, más los seis que pagaron al Villarreal. Yo se lo dije a Bandrés y me contestó: "Ojalá hubiera muchos Ayalas, que me los quedaría yo a todos". Eso está grabado. Ahora va dando conferencias con la Federación Española sobre la buena gobernanza en el fútbol.

--¿Vio venir esta crisis brutal del Real Zaragoza?

--Sí. Cuando murió Soláns padre, me di cuenta de dónde ibamos a ir a parar. Cuando estaba yo, había seis personas trabajando en las oficinas y al poco tiempo había más de 60. Cuando Alfonso se fue, ya debía 11.000 millones de pesetas. Pero, en fin, se las arreglaron para colocárselo al Partido Socialista.

--¿Tiene relación con Agapito?

--Me da un poco de pena. Yo ya vi que el más perjudicado iba a ser él. Se había hecho multimillonario por las relaciones que tenía en aquel momento y le entraba mucho dinero. Al ponerlo en el ojo del huracán, lo está pagando caro, carísimo.

--En cualquier caso, no ha sido buena su gestión.

--Sí, es verdad. Pero no olvidemos que el primero que lo hizo mal en poquísimo tiempo fue una de las personas que lo pusieron a él allí, el consejero de Economía y Hacienda. No hay que olvidar que dobló la deuda en unos meses. Y ahí Agapito confiaba. ¡Cómo no iba a confiar! Si no, lo hubieran puesto firme.

--Ahí sigue Agapito.

--Es el amo. ¿Quién le dice, además, que el que venga no lo va a hacer aún peor? Si se queda García Pitarch el negocio de Agapito, qué le vamos a exigir luego si cuando él ha llegado ya estaba en una ruina total. Mientras esté Agapito, se le pueden pedir responsabilidades. Ahora no hay jugadores, las oficinas están recalificadas, la Ciudad Deportiva hipotecada...

--¿Le ve solución al Zaragoza?

--Sinceramente, lo veo muy mal. Con la deuda que tiene el Real Zaragoza, si sube es malo y si no sube es peor. El primer paso que hay que dar es que no sea obligatorio ser sociedad anónima para competir en el fútbol español, que entren personas sin ningún tipo de interés y sea un club deportivo.

--¿Y si no puede volver a ser un club?

--Pues no tiene ninguna solución, desaparecerá. Volverá a salir alguna otra sociedad anónima similar que intentará renacer en el escombro, pero si es como sociedad anónima, volverá a caer. Si se va Agapito, pueden empeorar aún más las cosas.