A los aficionados más jóvenes, en la primera flor de la vida, este tipo de historias les parecen de otro mundo, de otra ciudad, de otro club. Hasta ciencia ficción. Batallitas de las que el Real Zaragoza, uno de los equipos con la historia más brillante de España, era habitual protagonista. A finales de la década de los 70, en la temporada 1978-1979, la entidad contrató a un entrenador serbio que procedía del Feyenoord holandés. Vujadin Boskov solo estuvo un año sentado en el banquillo de La Romareda pero fue tiempo suficiente para revolucionar el fútbol español con una capacidad innovadora extraordinaria. De aquí marchó al Real Madrid.

Allí, en la capital, Boskov, el que inventó aquello de fútbol es fútbol, acuñó otra de sus geniales frases después de una estrepitosa derrota del conjunto blanco por 9-1 contra el Bayern en un amistoso de pretemporada programado a destiempo. «Es mejor perder un partido por nueve goles que nueve partidos por un gol». Una declaración altamente ingeniosa propia de alguien muy clarividente, capaz de resumir ideas complejas con la más absoluta sencillez.

1-0 al Lugo, 1-0 a la Ponferradina, 1-2 en Málaga, 1-0 al Tenerife, 1-0 al Mirandés, cinco victorias por la mínima, cuatro de ellas en casa, bastión por fin donde el equipo ha fraguado su recuperación. El 2-0 al Logroñés parece una goleada. Con este bagaje, el Real Zaragoza sumó un importantísimo triunfo que le aleja a tres puntos de la zona de descenso. Juan Ignacio Martínez recogió el equipo cuatro puntos por debajo de la línea del miedo. Más siete. Con todos sus defectos, con parones y con unas cuantas virtudes contantes, el entrenador ha hecho camino y ha convertido en posible lo imposible. Más vale ganar cinco partidos por un gol que ganar un partido por cinco goles.