El epicentro del discurso de César Láinez en su presentación tuvo su localización principal en solucionar el problema que tuvieron antes Luis Milla y después Raúl Agné: de qué forma reparar la sangría defensiva del equipo, que se agiganta en la última franja horaria de los partidos. El problema no es sencillo porque no es una cuestión individual, sino que se multiplica por una responsabilidad compartida. No es cuestión exclusiva de los defensas, sino de una estructura sólida en competencia sólo hasta que el cuerpo aguanta. En no pocas ocasiones, afectada por pésimas decisiones tácticas de los entrenadores, que tampoco han añadido cuando procedía un complejo vitamínico en los cambios, o de fatales decisiones de los futbolistas a título personal, por lo general víctimas de una erosión para la que no están capacitados y de la falta de concentración que exige el largo recorrido.

Al Real Zaragoza no le sobra ni una gota de aire en el pulmón, pero también sufre otro padecimiento que podría maquillar esa asfixia si tuviera suficiente calidad para conservar el balón y no perderlo en numerosos errores no forzados. En esa tesitura, en bastantes partidos da la impresión de que el rival no es tan superior, pero lo es en los momentos importantes, cuando percibe el declive de oxígeno del conjunto aragonés. La jerarquía del centro del campo, perdida de antemano por la ausencia de la figura de un futbolista con auténtico mando y disimulada por una breve y desordenada presión alta, pasa poco a poco manos del adversario, en cuanto desactiva la simpleza de la estrategia ofensiva de un grupo que tiene como principal argumento ofensivo los pelotazos en dirección al entusiasta y rentable Ángel, orfebre de lo complicado y chapucero de lo sencillo. El goleador es otro de los que sufre el martirio físico, aunque en este caso por el sobresfuerzo desmedido que se le pide y por el que se impone con exageración.

A las puertas de Segunda B, Láinez no teme. Debería. El abanico de soluciones es muy pequeño, y tendrá que dar con la tecla que nunca hallaron sus predecesores. Aun así, algo tiene que cambiar de forma radical. Con 12 partidos por delante, los valores de Láinez ayudarán, pero el técnico deberá emplearse bastante más en la estrategia, en fortificar al equipo con los futbolistas en mejores condiciones para esta batalla que pide ahora mismo soldados sin nombre. Aunque haya que sacrificar apellidos ilustres. Sin escenificar miedo o pánico alguno, sostenidos en una formación férrea en la composición de principio a fin, sí ofrecer una propuesta de mayor compromiso y seguridad defensiva desde el portero hasta el hombre más adelantado. Caiga quien caiga, el que no puede caer es el Real Zaragoza.