De la magnífica victoria de Oviedo quedó que el Real Zaragoza jugaba al fútbol a un nivel superior al de la categoría. Del partido contra el Lugo, que el tridente de ataque (Álvaro Vázquez, Pombo y Marc Gual) no podía actuar de manera conjunta. De la primera parte de Albacete, que el mundo se acababa. De la segunda, que había de nuevo brotes verdes alrededor del balón. La paleta cromática del mundo del fútbol varía de manera tan drástica y con tanta volatilidad que la obligación de los profesionales es concentrarse en el grano y separar la paja, poniendo la mirada en el plan, siempre en el medio plazo, lejos de las eventualidades.

El Real Zaragoza no ha encontrado por el momento la regularidad y sus resultados, con actuaciones excelsas y otras horrorosas, son un fiel reflejo de esa ausencia de equilibrio, especialmente defensivo, faceta en la que el trabajo individual y colectivo está siendo deficiente.

Esta semana el debate estará centrado ahí porque una vez que el equipo se reencuentre con la pelota en torno a la figura aglutinadora de Eguaras, la fragilidad atrás será la gran cicatriz por curar. La semana pasada, la discusión revoloteó alrededor del tridente, tanto que Idiakez no lo alineó de inicio. Resultó que luego la lesión de Papu los reunió de nuevo y, tozudo, el fútbol demostró lo que no haría falta siquiera verificar: que el talento siempre puede jugar junto. El Zaragoza tiene arriba tres cañones. Solo hay que encajarlos en el plan colectivo. Sin renunciar a ellos.