El Real Zaragoza tiene un serio problema en defensa en las últimas jornadas, que deberá corregir inexorablemente si quiere conservar su candidatura a aspirante al ascenso. A este ritmo de goles en contra, dos o tres por partido, no hay futuro. Aunque el fútbol moderno entiende al portero como el primer atacante y al delantero como el primer defensor es inevitable cargar más responsabilidad sobre los centrales, los laterales y el guardameta cuando un equipo encaja más tantos de los saludables, justo el escenario en el que se encuentra ahora mismo el Real Zaragoza.

La línea defensiva, stricto sensu, y la de contención, implicando ya al resto, mediocentros en adelante, no está funcionando. Es especialmente significativo el agujero negro que el equipo tiene en ambos flancos, tanto en el derecho como en el izquierdo. Ni Fernández ni Diogo ni Rico han conseguido elevar, hasta hoy, el listón de su juego a una altura suficiente para ganarse la credibilidad necesaria.

A Víctor Muñoz no le convence ninguno y así lo ha demostrado con sus actos, que son las pruebas definitivas: a Rico ya lo quitó desplazando a un central (Cabrera) al lateral y a Fernández, después de mucho rumiarlo, lo sentó el domingo tras unas jornadas con unas lagunas defensivas a la vista del ojo más torpe. Entró Diogo y nada extraordinario: energía y esa perrería del jugador veterano. A la hora de la verdad, de perro a chucho, guau. No es casualidad que el club esté buscando un lateral en el mercado de invierno. Es la pata que más cojea de la plantilla.