El guión estaba escrito para que Shinji Kagawa, titular desde los créditos, brillara o al menos se sacara de la chistera un par de conejos para poner rumbo a la victoria mientras le aguantara la gasolina, que fue poca porque su depósito físico está aún bajo mínimos de capacidad. En el fútbol, sin embargo, la mayoría de los capítulos importantes se escriben sobre el campo, en muchas ocasiones con conductas globales o individuales de hermosa improvisación. El Real Zaragoza debutó con una victoria costosa, elaborada, de jornalero de sol a sol en una noche difícil porque el Tenerife fue siempre un señor equipo que le superó en elegancia, manejo del balón y amenazas desactivadas por Cristian, ese caballero oscuro que interviene como un héroe, sin hacer ruido, casi desde el anonimato. Hubo momentos de máximo peligro, sobre todo cuando Borja Lasso, Milla y Aitor Sanz desnudaron con sus triangulaciones y malabares a una medular donde Ros y Guti saltaban de casilla en casilla sin oler la pelota. Los problemas se hicieron más visibles por el carril de Nieto, con el lateral superado repetidamente por Suso y Luis Pérez. Esa escandalosa superioridad obligó a Luis Suárez a darse una paliza en ayudas que mermaban su capacidad ofensiva y dejaban a Dwamena en tierra de nadie. El conjunto de Víctor Fernández corría pisando sombras, arrugado y sin una pelota que llevarse al pie. Sin embargo se sujetó con paciencia a una lectura inteligente de los acontecimientos, sin caer en la histeria, y esperó su momento. Como la orquesta del Titanic.

Desde la humildad, el polo opuesto que se le presuponía antes de comenzar el encuentro, y con poquita cosa de Kagawa, a quien habrá que esperar como elemento diferenciador, dio una lección de cómo administrar sus recursos, de cómo arroparse en pleno invierno acosado por lobos. Soro, que se había pasado la pretemporada en las musarañas, acudió al rescate de un centro del campo sin salida, muy previsible. El canterano ocupó espacios letales y midió con puntualidad el tiempo de sus intervenciones. Asistió a Luis Suárez en el primer gol, acción clave para el desarrollo posterior del partido, y se personó en la ventanilla de los valientes para montar contragolpes con el Tenerife acusando su excelso protagonismo y también su falta de pegada. Al péndulo del ejeano se unió la fiereza de Luis Suárez, delantero centro de mayor amplitud que Dwamena. En cuanto se escapó de la jaula táctica y explotó por el centro, el Real Zaragoza ensanchó sus pulmones. El colombiano es un bisonte que necesita toda la pradera, una cuestión a repasar en adelante si Dwamena se atropella consigo mismo. El pulso por ese trono está servido.

El Tenerife había recibido un golpe seco en el hígado y parecía que solo le hubiesen arañado. Tiene un estilo que nace en su portero, Ortolá, y que incide en jugar con verticalidad y sentido en la búsqueda de Naranjo, Malbasic y el eterno Suso, tres pirañas de cuidado. Esa iniciativa sin premio en el marcador conduce a un desgaste, y lo sufrió con transiciones más pesadas que permitieron al conjunto aragonés rearmarse. En este sentido, Víctor Fernández intervino con maestría en las correcciones: quitar a Dwamena y meter a Lasure para ayudar a Nieto aliviaron aRos y Guti, que se sintieron liberados para aparecer y animó a Vigaray a dejarse ver, ya menos preocupado por estar lo más cerca posible de Grippo y Atienza, muy exigidos en el primer periodo. La entrada de Blanco por el agotado Kagawa fue otra decisión trascendental del entrenador para dotar a su equipo de mayor vuelo y frescura en las contras. El VAR señaló penalti sobre Blanco, algo que no había visto el colegiado, y Ros cerró el choque con tres puntos magníficos, con un guión supeditado a la modestia: sin renunciar a la ambición, el Real Zaragoza fue inferior sin que se notara y puso su aliento por encima de la exquisitez del Tenerife. Así se gana en Segunda.