Antonio Pais, fallecido el pasado martes a los 79 años, fue un futbolista que jugó como sintió. Fue integrante del fabuloso equipo de Los Magníficos, donde disfrutó de la época más laureada de la historia del Real Zaragoza. De algún modo sus manos ayudaron a crear el Zaragoza que concebimos ahora. De leyenda. Porque aquellos jugadores construyeron un gigante desde suelo virgen. Los ojos de Pais vieron a un club temido por España y admirado por Europa. Una carrera que se evaporó de forma prematura, ya que el fútbol dejó de apasionarle, por lo que decidió colgar las botas. En sus seis temporadas bajo el encanto del león rampante se alzó dos Copas de España, una Copa de Ferias, además de lo más importante, permanecer de forma indeleble al tiempo en el recuerdo de los aficionados.

Antonio era de Padrón, el famoso pueblo coruñés, pero su compromiso con el Real Zaragoza era más propio de un joven curtido en Torrero. Bien lo conocía el León de este barrio, José Luis Violeta, que califica a Pais como «un trabajador incansable». Violeta siempre explica que Los Magníficos era un equipo de ensueño donde había cinco grandes astros que brillaban por encima del resto: «Teníamos mucha calidad, pero también éramos un grupo de gran compromiso. Recuerdo como Pais y yo nos dejábamos el alma en el campo porque era lo que los aficionados esperaban de nosotros», comenta Violeta.

El padre de Antonio no quería que jugase a fútbol. Temía que pudiera lesionare, o que acabase malviviendo por este deporte. Sin embargo, no le quedó más remedio que aceptar la profesión de su hijo. Sobre todo cuando despuntaba con 22 años en el Celta. El Barcelona tuvo que pagar un buen traspaso para ficharle, y de paso quitárselo al Real Madrid. Pero no cuajó en el Camp Nou, y se tuvo que marchar al Mallorca. Su excompañero culé, Antoni Ramallets, lo reclutó para el Zaragoza que entrenaba. Fue un fichaje más para un equipo que se preparaba para estar en boca de todos los seguidores del fútbol.

Los años dorados

Durante aquellas temporadas en los años sesenta nació el concepto del Real Zaragoza triunfador. El propio Pais, en una entrevista para El Periódico, aseguró que «con nosotros nació el gusto por el buen fútbol en La Romareda, todos éramos una familia. La gente se divertía con nosotros, por eso teníamos que tratar de contentarles siempre». Para el gallego, su momento más preciado fue aquella final contra el Athletic (1966) en la que el Zaragoza se alzó con la Copa: «Iribar evitó que goleásemos al Athletic».

La aportación de Pais, centrocampista, no se limitaba al juego de toque y a esa capacidad física incombustible. En el vestuario era un ser amado. Uno más de esa gran familia zaragocista, desde su querido Andrés Magallón, el utillero, a uno de los magníficos más dorados como Canario. El genio carioca mostró ayer su profunda tristeza por la pérdida de un amigo al que recuerda como «una persona que te hacía sonreír». Aquel equipo lamió el éxito desde la normalidad. En la actualidad, su condición futbolística hubiera sido venerada de forma casi divina. «Recuerdo los largos viajes por Europa jugando al guiñote con Pais, Reija o Villa. O la emoción que sentimos tras el triunfo en Leeds. Antonio y todos disfrutamos mucho de esos años tan hermosos», relata Canario.

Pais tocó el cielo desde el suelo. Pero su romance con el balompié se acabó. No sentía lo mismo y decidió retirarse con solo 30 años. «Estaba cansado del fútbol y la vida seguía. Muchas veces echaba de menos a mi familia», aseveró Antonio para este diario. Sintió que su vida debía de ir por otros caminos, pese a que aún pudo haber seguido alguna temporada más a gran nivel. Pais se desfondó, al igual que sus compañeros, para hacer que el escudo del Real Zaragoza se consagrase para la posteridad entre los clubs más grandes de España y del viejo continente.