Hubo esta temporada un momento de tan honda preocupación con Lucas Alcaraz en el banquillo que llegó a rozar la angustia. Mientras el Real Zaragoza caía hacia el fondo de la tabla sin remedio, todas las señales eran alarmantemente negativas. Llegó a pisar zona de descenso y el fútbol que el equipo ofrecía en esa frustrante etapa, una pesadísima herencia de dos meses que ha marcado la temporada, resultó desolador. Ni una linda jugadita, por amor de Dios.

No había ni resultados ni juego. Ni esperanza. Nada. Todo cambió con la destitución de Alcaraz y el regreso de Víctor Fernández. Con el técnico aragonés, el Real Zaragoza ha sufrido una metamorfosis absoluta, ha alejado el descenso a una distancia de seguridad, ha dejado de ser un equipo perdedor para convertirse en un habitual de las victorias, ha vuelto a mirar hacia las alturas y, ahora, por fin, juega bien al fútbol. El aficionado estaba muy desencantado, hastiado de un espectáculo incalificable. El empate contra el Albacete enfrió el ánimo, pero la ilusión había vuelto a la grada de La Romareda.

El Zaragoza de Víctor juega bien. Por instantes da gusto verlo, capaz de enhebrar una, dos, tres, cuatro, unas cuantas lindas jugaditas. Los empates, esas derrotas camufladas desde que los triunfos cuentan por tres puntos, han impedido que la resurrección haya sido todavía mayor. El índice de probabilidades de que el equipo alcance la promoción es bajo, pero no nulo. Quedan 45 puntos y rendirse no es una opción.