No es una mala noticia el empate contra un Fuenlabrada que dio guerra, la suficiente como para reconocer que aprovechó mucho mejor sus virtudes que un Real Zaragoza precipitado, ansioso y sin conexión ofensiva. Tuvo más físico, mejor posicionamiento y un trato más adecuado del balón. Tampoco dio trabajo a Cristian, lo que refleja dónde estuvo el encuentro: en oleadas sin faro del conjunto de Víctor Fernández y en contragolpes bonitos aunque con poca espuma contra el rompeolas en calma del portero argentino. El partido, seco de goles y de espectáculo que no sea el del empeño y la disciplina, sí dejó capítulos para la lectura, algunos para detenerse en ellos y subrayar con grueso rotulador. El más vistoso fue el nuevo error en el lanzamiento de un penalti por parte de Luis Suárez, misión que no se le debería encomendar más porque los tira con una indecisión que contrasta brutalmente con su audaz naturaleza cuando ataca la portería en carrera. El colombiano saca gasolina de una piedra y se ahoga dentro del pozo petrolífero. Suele ocurrir en esta estirpe de futbolistas exclusivos.

Hay algo más detrás de ese error humano, posiblemente una sobrecarga de responsabilidad que no le está sentando nada bien. Volverá, sin duda, después de cuatro partidos consecutivos sin marcar, aunque esa exposición a los focos sin un relevo aumenta los riesgos. Pereira sigue fuera de combate y no parece probable que esté alguna vez a la altura que necesita el Real Zaragoza para la empresa del ascenso que ha asumido con firmeza. Luis Suárez salió afectado del error y, ansioso, apenas le encontraron sus compañeros, lo que se traduce en una rebaja general de las prestaciones. El cafetero va al límite porque se lo pide el corazón y las piernas, una explosión que amenaza con alcanzarle físicamente si no nay nadie para permitirle que se oxigene física y psicológicamente.

Otro de los aspectos relevantes fue el regreso de Kagawa a una alineación y sus consecuencias. Aunque Álex Blanco peque de acelerado o de cierta inmadurez en decisiones que aconsejan la sencillez, no pude estar por detrás del japonés en la titularidad, sobre todo con Igbekeme a medio gas y Ros fuera de servicio. De Kagawa todo el mundo espera que un día le alumbre la inspiración del que fue, pero la sombra de su ocaso es demasiado alargada, tanto que molesta más que aporta. Mientras estuvo en el campo, cortó la comunicación con Puado y Luis Suárez por su inclinación a solicitar la pelota por dentro, es espacios imposibles para la magia morosa que pretende. Luego, muy pronto, se lesionó pese a sus recorridos cortos, lo que descubre lo escaso de sus prestaciones en una categoría que exige más intensidad que detalles churriguerescos.

La salud del Fuenlabrada contrastó con un Real Zaragoza honesto pero equivocado en la forma de gestionar el partido. El punto suma y advierte: cuando Luis Suárez no llena los primeros planos, el resto se hace más previsible. Lo de Kagawa tiene peor solución y mejor arreglo. Su lugar, como mucho, se encuentra en el banquillo.