El Real Zaragoza se apuntó a la cola del paro en el peor momento y bajó los brazos frente a un rival carnívoro. Como no podía ser de otra manera con esas formas amorfas de competir, su paso por el Carranza en defensa de la cuarta posición fue para hacer de comparsa del Cádiz, que lo barrió del campo con esa escoba mecánica que tan bien maneja Álvaro Cervera desde la pizarra. Ni respiró el conjunto aragonés. Se bajó del autobús vencido tácticamente y, poco a poco, aflojó las tuercas hasta desmontarse en todas las líneas. El gol de Barral en el minuto 7 ayudó a que esa apatía fuera en aumento y a que el equipo andaluz estableciera su estudiado guión con más y mejores argumentos. La expulsión de Delmás puso en bandeja el carril zurdo para Álvaro, que le dio guerra de la buena al lateral y remató con el segundo tanto un partido con un único actor.

La promoción de ascenso se traslada así a La Romareda, donde el Real Zaragoza recibirá de forma consecutiva a Albacete y Valladolid. ¿Le va a dar para amarrar un puesto de playoff? Debería, pero desde luego sufrirá más de la cuenta si ese par de visitantes han tomado nota de cómo desactivarle. El Cádiz, es cierto, cuenta con su propia y particular caja de herramientas, y la utilizó con pulso de experto cirujano. Colocó en la mesa de operaciones el cuerpo inerte del equipo aragonés y lo fue desmembrando pieza a pieza. Dedicó especial interés en desenchufar lo antes posible a Febas y a Eguaras, y lo consiguió de un solo corte con los serruchos de Perea y Garrido. Las dos puntas del rombo tuvieron siempre encima a fieros y constantes perseguidores. La asfixia de ambos hizo que el riego sanguíneo no llegara a nadie, con Ros y Zapater incomunicados y Borja Iglesias y Toquero buscando sin éxito algún conducto para respirar.

Se sabía de antemano que el Cádiz actúa así ante su afición: presión sobre los ideólogos, martilleo, robo y a correr. Pero el Real Zaragoza no ha debido acudir por la sala de vídeo para afrontar esta jornada. O sufrió un borrado de memoria colectivo. Cada movimiento de los andaluces tuvo barniz ajedrecístico, con poco lucimiento individual y una gran brillantez colectiva. Tras marcar Barral, se blindó en su caja fuerte con una doble capa de seguridad imposible para los futbolistas de Naxo González. Y esperó sin amenaza alguna a que su rival cometiera algún error. Salió de caza cuando estrictamente fue necesario, y con la escopeta cargada con balas de plata. Se encontró con la expulsión de Delmás y con el segundo gol como si lo hubiera visualizado.

Bajo la alfombra del Carranza se quedó un Real Zaragoza superado a todos los niveles estratégicos. El playoff no le va permitir más paseos contemplativos ni depresivos como este lunes al sol.