Un conflicto de esta naturaleza, tan enrocado, con ingrendientes tan feos, con tantas medias verdades, con una gestación detrás tan penosa y en gran medida aún oculta, con el orgullo, la vanidad y el despecho como protagonistas principales, no podía acabar de otra manera que a las bravas. Lo que mal empieza, mal acaba. Y la historia de Paredes, y especialmente la de Movilla y el Zaragoza, comenzó torcida en Navidad. El club los despidió ayer por causas económicas, sin ni siquiera consultarles.

Tal como había ido el conflicto, y visto como estaba que pedir clemencia, humildad y moderación a las partes era un canto a la ingenuidad, el final solo podía ser el que ha sido. Si esto era una pelea de gallos, un desafío personal para ver quién los tenía más gordos, donde manda patrón nunca ha mandado marinero. Por el artículo 33, y citando causas económicas, Pitarch impuso su mano de hierro.

En su favor habrá que decir que independientemente de que se esté de acuerdo o en desacuerdo con la medida desde el punto de vista deportivo, esperó dos meses para intentar resolver la crisis por la vía amistosa, apretando las clavijas y tomando una posición de fuerza pero soñando con que todo terminara en una negociación. En su contra, que para este viaje no hacían falta estas alforjas, que era innecesario prolongar la agonía durante tanto tiempo para acabar en la línea de salida. Si la decisión iba a ser esta, a la calle, hubiera sido conveniente ejecutarla mucho antes y evitar el consiguiente desgaste público y ese ambiente de hostilidad tan poco beneficioso para el equipo. No es la primera vez que el Real Zaragoza actúa con esta severidad. Ya ocurrió con Zuculini, por ejemplo.

El fondo de la medida, prescindir deportivamente de ambos, entra dentro del terreno de la subjetividad --a unos les parecerá bien y a otros incomprensible--. Lo que no es discutible es que el estilo de todos los actores en este conflicto ha sido manifiestamente mejorable. Ni que el incauto que renovó a Paredes y a Movilla por dos años, condicionados o no, se cubrió de gloria. Ni que aquella denuncia al alimón de enero tuvo el propósito que tuvo. Ni que el espectáculo posterior, tuit va, tuit viene, declaración va, declaración viene, sobraba. Ni, por supuesto, que la venganza, las represalías y los arranques de orgullo eran, son y seguirán siendo actos nada ejemplificantes.