—¿Se acuerda del día que debutó con el Zaragoza?

—Claro. Es un día que no se olvida jamás. Fue un partido de Liga (24 de enero de 1987) en Las Palmas. Empatamos a uno.

—¿Fue el día más especial de su carrera?

—Fue un día muy bonito, claro. Debutar en Primera División es muy complicado y fue un día muy importante para mí.

—Era una temporada de Recopa, un intento previo antes de que llegara el título en el 95. Y un año antes habían ganado la Copa ante el Barcelona con el gol de Rubén Sosa. ¿Ya vivió ese trofeo aunque fuera en un segundo plano?

—Claro. Había ido convocado a varios partidos de Copa y fue muy bonito. Es una de esas experiencias que se te quedan grabadas. El Zaragoza era un club que llevaba años sin ganar la Copa y fue un bombazo. A partir de ahí fue hacia arriba, con buen fútbol y conquistas importantes.

—¿Debutó con Luis Costa?

—Sí. Ya había estado con él en el filial. Bueno, con Luis coincidí en todos los equipos que estuve, o porque me llevó él o porque le llevábamos nosotros. Al Levante vino cuando estábamos Blesa, Vitaller, Latapia, Ruiz y yo.

—¿Dónde empezó a jugar?

—En el colegio, en la calle y luego en el club de La Almunia. A los 15 años ya estaba jugando en Regional Preferente y Ángel Salvo me vio y me llevó a hacer unas pruebas al Zaragoza. Al principio seguí viviendo en La Almunia, pero luego me obligaron a ir a vivir a la residencia que tenía el club en la calle Cervantes.

—¿Cómo era la vida en la residencia?

—El ambiente era buenísimo. Te dedicabas a estudiar y por las tardes a entrenar, que era cuando se hacían las sesiones con los juveniles. Era rutinario, pero estaba muy bien. Para mí fue un gran cambio acostumbrado al pueblo. La gran mayoría era del equipo juvenil y del filial, pero por allí también pasaba a veces gente del primer equipo mientras se acoplaban a la ciudad o encontraban casa. Coincidimos con algunos como Zayas, Amarilla o Rubén Sosa. Estaba de director Torrado, que era fisioterapeuta y preparador físico de la Ciudad Deportiva. El Brujo lo llamaban. Era un fenómeno.

—Hay gente que llega al fútbol de casualidad y otros que solo se recuerdan con un balón en los pies. ¿Cuál fue su caso?

—El segundo, claramente. Con el balón en el pie y el bocadillo en la mano. Y a veces dejando el bocadillo en el suelo y volviéndolo a coger luego. En un pueblo, además, pasas mucho más tiempo en la calle. Y yo pasaba casi todo con el balón.

—También salían futbolistas diferentes, de menos calidad pero más astutos. ¿La escuela de la calle ya no existe?

—Los jugadores de ahora son completamente distintos. Ahora tienen escuelas, preparadores... de todo. Ha habido cosas, claro, que se han mejorado, pero otras se han perdido por el camino. Se ha perdido el futbolista de la calle, de picardía. Técnicamente son superiores los futbolistas de ahora, pero de cabeza la gente andaba mejor antes. Nos teníamos que buscar la vida, no tenías a nadie que te dijera dale así o asá. Era innato y con lo que tú practicabas, pero la fortaleza mental era muy distinta.

—¿Con quién empezó en la Ciudad Deportiva?

—Estuve dos años de juveniles, empecé con Jorge Fons. Luego pasé al filial con Luis Costa e hicimos una temporada muy buena en el grupo vasco. Luego vino Santiago Navarro como presidente del filial y se formó un equipo para intentar subir. Después del primer año me operaron y me fui cedido una temporada y media al Huesca, que estaba en Segunda B. Allí coincidí jugando con Petón y Lasaosa, que son ahora los dueños. Cuando volví al Aragón fue cuando se montó el equipo para subir a Segunda A. ¡Y conseguimos jugar en Segunda! Es la única vez en la historia que el Aragón ha estado ahí.

—Han cambiado los tiempos. Antes era el filial el que estaba en Segunda con muchos canteranos.

—Sí. Estábamos Ayneto, Latapia, Blesa, Roberto, Maza, Puivecino, Villarroya, Tejero... Éramos la mayoría de la casa.

—Ahora vuelve a tener peso la cantera en el primer equipo. ¿Cree que tiene importancia en el crecimiento del Zaragoza?

—No es que tenga importancia, es que es la solución. Hay que tener un poco de paciencia con la gente de la casa y hacer un núcleo de cinco o seis jugadores, que son los que te van a formar grupo. Luego hay que poner cuatro o cinco retoques importantes, que es lo que se ha hecho siempre. Hay gente muy buena en casa, como bien se ve. Laguardia, Rico y todos estos demuestran que cualquier jugador de la cantera puede rendir fuera. Hay que mimarlos. Yo seguiría el ejemplo de la Real Sociedad, que fue capaz de reconstruir el equipo entero cuando estuvo tres años en Segunda. Hizo una plantilla entera con gente de la casa y luego le puso las piezas diferentes.

—Puede que haya cambiado la percepción recientemente con la aparición de Delmás, Lasure y compañía. ¿Cree que la afición quiere más ahora a la gente de casa?

—Como tiene que ser. Los que van a dar el callo siempre son los de casa. Son los que van a hacer grupo, los que van a apostar más por el equipo. Y luego, además, son chavales técnicamente buenos.

—¿Nunca pensó en quedarse vinculado al fútbol?

—No. Es una cosa que tenía clara. El fútbol lo conozco mucho y hay cosas que no me van. Como entrenador es complicado, además. Si lo vives mucho, estás tan obsesionado que envejeces porque lo tienes que vivir las 24 horas del día. No hay más que ver el cambio físico que han dado algunos entrenadores en uno o dos años. En el fútbol pasan muchas cosas y no todas son bonitas. Hablando de compromiso, no todo el mundo tiene el mismo. Yo he tenido que coger a compañeros por el pecho para pedirles que dieran más sobre el campo. «Lo primero es la salud», decía alguno. ¿Cómo que la salud? Lo primero es darlo todo por este equipo. Nos estábamos jugando el ascenso, el descenso o lo que fuera... Por eso digo que hay gente que lo vive y otros que no. Yo lo vivo al máximo y eso tiene su parte buena y otra peor.

—¿Cómo era como jugador?

—Daba todas las patadas del mundo (risas). He sido el jugador más tarjeteado en todos los equipos en los que he estado. Tal y como está el fútbol ahora, creo que no jugaría ni diez partidos en toda la temporada.

—¿Jugó siempre de central?

—Más bien marcador. Siempre me encargaba de coger al delantero más rápido o más habilidoso. A veces jugué también en el centro del campo, cuando se marcaba mucho más al hombre y tenía que vigilar al mediapunta. También me pusieron en el lateral derecho, en el izquierdo...

—Hay gente que le pesa la camiseta cuando sube a un equipo como el Zaragoza. ¿Se sintió bien o notó la responsabilidad?

—En Primera División no puede jugar cualquiera y claro que pesa. Al principio lo pasas mal porque lo quieres hacer tan bien que a veces te complicas solo. No es fácil ir a jugar a estadios como el Camp Nou o el Bernabéu. Hay gente que se acobarda, incluso jugadores de primera línea que van a algunos campos y no les sale nada.

—¿Cómo fue la época de los marginados? Es algo impensable hoy en día, pero estuvieron cinco futbolistas apartados durante tres meses al comienzo de la temporada 88-89.

—Estábamos mucha gente, unos 30 jugadores en la plantilla. Yo tenía dos años más de contrato, un contrato barato, del filial, fácil de deshacer. Así que cuando llegó Antic, me llamó y me explicó que había mucha gente y que cinco o seis nos teníamos que buscar equipo.

—¿No les dejaban entrenar con sus compañeros?

—No. Hoy eso no se puede hacer, pero en esa época no nos dejaban ni entrar al campo donde estaba el grupo. No podíamos estar con ellos. Éramos Güerri, Casuco, Conde, Blesa y yo. Entrenamos con el fisio del filial hasta que cada uno se fue buscando su futuro.

—¿No fue un periodo demasiado largo?

—No tanto. Yo me fui al Levante en octubre y allí jugué otras cuatro temporadas.

—¿Cuánto ha cambiado el fútbol?

—No tiene nada que ver a ningún nivel. Ni físico, ni técnico, ni televisivo… A nosotros en esa época creo que solo nos televisaron el partido de Sofía contra el Vitosha y el del Ajax. Y eso que llegamos a semifinales.

—¡Qué Ajax!

—Era un superequipo, desde el banquillo hasta el último. Yo creo que hasta el utillero sería internacional (risas). El entrenador era Johan Cruyff y luego creo que tenía 19 jugadores internacionales. De diez veces, nos hubiera ganado las diez. Rijkaard, Van Basten, Bosman, Winter, Blind, el portero Menzo, Wouters... Todos eran buenos, todos. 2-3 perdimos en La Romareda el día del agua y en la vuelta 3-0. Nada, no había nada que hacer.

—¿Le sigue gustando el fútbol o está cansado?

—Sí. Voy siempre que puedo a verlo e incluso me gusta practicarlo, aunque ahora hay limitaciones físicas (risas).

—¿Ve al Zaragoza en Primera?

—Sí. De los últimos años, para mí es el entrenador que tiene las ideas más claras. Veo al equipo mejor plantado, que se mueve como un bloque. Es el inicio del regreso. No tardando mucho, el Zaragoza subirá.

—¿Mantiene amistades?

—Sigo teniendo mucho contacto con Alberto Roca, que fue segundo de Rijkaard y ahora está en India, con Sergio Maza, con Pascual Sanz, con Rafa Latapia, con Tomás Blesa...

—¿Alguno le impresiónó?

—El que me encantaba era Pepe Mejías, y en ese mismo equipo Pato Yáñez. Eran jugadores de categoría. Pepe, si decía que no, era que no. Pero el día que quería la liaba porque técnicamente era muy superior. A Rubén Sosa le costó el primer año, sobre todo por la alimentación, que le gustaba malcomer, pero luego ya se vio el jugador que era.

—¿Cómo es su vida ahora en ‘La Cantina’?

—Mis padres ya tenían un negocio en La Almunia, la hostelería siempre me ha gustado. Soy un cocinitas, disfruto en la cocina y quería dedicarme a esto. Desde que dejé el fútbol siempre he estado relacionado con la restauración. Cuando salí del Levante tuve primero un negocio en La Almunia y ahora este en Cariñena, peleando y disfrutando. Me gusta mucho, me entró el gusanillo de pequeño, como el del fútbol. Pero creo que soy mejor como cocinero futbolista.