La Copa del Rey ya es historia. Nunca había llegado tan lejos el Zaragoza desde su último descenso a Segunda. Ha caído en octavos de final y ante el todopoderoso Real Madrid. Goleado, sí, pero ni humillado ni destrozado. Nada de eso. El adiós fue digno. Noble. Aunque, seguramente, también algo tímido merced al exceso de respeto que el equipo aragonés mostró al Real Madrid durante la mayor parte del choque. En muchos momentos, el Zaragoza fue un león dormido que solo a ratos enseñó los colmillos hasta la entrada al campo de Suárez, el rey de la manada.

Salió nervioso el cuadro de Víctor. Mucho. Algo acomplejado ante el descomunal tamaño del oponente. Lógico después de tanto tiempo entre pequeños. Y eso que la maravillosa Romareda le había tomado la mano al salir para que se sintiera más arropado que nunca. El himno como música celestial, la bufanda como promesa de amor eterno al viento y la grandeza como forma de ser. Así fue siempre. Así es y así será. Por eso el Zaragoza puede estar en Segunda, pero nunca será de Segunda. Jamás. El hermoso espectáculo ya amortizó el coste de la entrada, aunque no surtió el efecto deseado en unos jugadores que encararon el duelo con la mirada demasiado baja y más miedo que alma. Y ese complejo acabaría por condenarlo.

El Real Madrid supo pronto dónde hacer daño. Vinicius ponía en serios problemas a Delmás, que tampoco recibía demasiada ayuda de Pereira en el debut del portugués como titular. La inseguridad local provocaba despistes y desajustes como el que originó el primer tanto, cuando apenas se habían recorrido los primeros cinco minutos. Un saque de esquina en corto, ante la parsimonia de James, acabó con un centro de Kroos que Varane empujó a la red sin oposición.

El tanto incrementó la inseguridad de la zaga zaragocista, que se libró del segundo porque James -el colombiano- no remató bien el enésimo servicio desde el costado de Vinicius. El Real Madrid estaba cómodo. Demasiado. Fueron los niños los que soltaron al Zaragoza. Desde la izquierda, Clemente y Soro aportaron la escasa dosis de descaro que mostró el conjunto aragonés en los compases iniciales. Un centro del primero estuvo cerca de encontrar rematador en un compañero, pero Ramos salió al quite y desbarató el peligro poco antes de que Kagawa, el mejor zaragocista sobre el campo, mirara de cerca por primera vez a Areola con un disparo desde la frontal que se marchó fuera por poco.

El japonés volvería a intentarlo más tarde con otro ensayo desviado justo después de que Valverde no acertara a conectar con precisión un buen servicio de Carvajal. Al menos, el Zaragoza se había soltado. Pero, cuando el panorama parecía cambiar, llegó el segundo tanto madridista. De nuevo, merced a un error de su rival. En esta ocasión fue Linares el que se equivocó al sacar el balón, lo que aprovechó Kroos para encontrar a Lucas, que superó con suficiencia a Ratón. Era el principio del fin para un Zaragoza que acabó el primer periodo a merced de su adversario, que ya jugaba a placer.

El descanso devolvió a un Real Madrid cómodo y a un Zaragoza del que se echaba de menos una mayor dosis de agresividad, intensidad y rasmia. Justo tres de las principales virtudes que adornan a Luis Suárez, cuya entrada al campo encendió a una afición que se rindió a su delantero antes incluso de que tocara su primer balón.

La aparición del colombiano transformó al Zaragoza merced al efecto contagio que su sola presencia provoca en sus compañeros. De nuevo, el equipo aragonés volvía a ser ese ejército intenso, aguerrido y valiente que mira siempre a los ojos a cualquier enemigo. El partido estaba muy cuesta arriba. Se diría que todo estaba casi perdido, pero La Romareda sabía que se iba a divertir. Y de eso se trata en toda fiesta que se precie.

Nada más contactar con el esférico, Suárez se libró de Marcelo con esa potente zancada que encandila al zaragocismo y su centro estuvo a punto de encontrar a Álex Blanco, que no llegó por poco. El partido ya no era el mismo. Y el Madrid, liderado por un colosal Kroos, sabía que tenía que meter otra marcha más al duelo para evitar problemas y ahorrarse disgustos.

Pero el Zaragoza mandaba. Por momentos, arrinconó a su poderoso adversario, que se defendía bien de las acometidas de Suárez y compañía. Kagawa lo volvió a intentar otra vez a media distancia, pero ni su tiro ni el anterior de James encontraron el destino buscado.

La Romareda disfrutaba de lo lindo, incluso cuando Vinicius finiquitó el asunto a veinte minutos del final con una definición nunca vista en el brasileño. No importaba. El zaragocismo había prometido no dejar de sonreír y, bufanda al viento, presumió de colores, cerró los ojos y se puso a soñar. Los abrió solo para asistir a la parada de Areola ante Suárez en la mejor ocasión de los aragoneses.

Luego marcaría Benzema, pero el partido hacía tiempo que había terminado. La Romareda, de hecho, ya había comenzado otro. El del domingo en Cádiz, donde no habrá ni fiestas ni miedos. El sueño continúa. Es la hora.

Real Zaragoza: Ratón; Clemente, Atienza, Grippo, Delmás; Soro (Raúl Guti, min. 74), Eguaras, Igbekeme, Kagawa; Linares (Luis Suárez, min. 57) y Pereira (Álex Blanco, min. 57).

Real Madrid: Areola; Carvajal, Varane, Sergio Ramos (Nacho, min. 66), Marcelo; Valverde, Kroos, James; Lucas Vázquez, Vinicius (Brahim, min. 72) y Jovic (Benzema, min. 72).

Goles: 0-1: Varane (min. 5), 0-2: Lucas Vázquez (min. 31), 0-3: Vinicius (min. 71), 0-4: Benzema (min. 79).

Árbitro: González González (Comité Castellanoleonés). No amonestó a ningún jugador.

Incidencias: Eliminatoria única de los octavos de final de la Copa del Rey disputada en un Estadio municipal de La Romareda prácticamente lleno