Lleva empeñado Raúl Agné varias semanas en la importancia que tiene en este fútbol la debilidad física del Real Zaragoza, que le impide, en teoría, competir en igualdad ante un buen puñado de rivales. Hace días que repite aquello del músculo y tal. Pretendía robustecerse y, como consecuencia, ser mejor defensivamente, se supone. Quería el técnico que el mercado le dejara las suficientes alternativas para componer un equipo de otro estilo, capaz de adaptarse a un método futbolístico bien distinto al que se pensó al comienzo de la Liga. Por eso llegó bien temprano Jesús Valentín, anticipándose a los Reyes, o se logró anteayer un acuerdo con Rolf Feltscher, un armario defensivo que se puede mover en los dos laterales y en el centro de la zaga.

Por ahí ha resuelto el Zaragoza el problemón generado en verano, cuando se creyó ingenuamente que bastaría con Popa y Bagnack para tapar agujeros. Ni siquiera el milagro de la llegada de José Enrique, el más destacado del equipo durante muchas semanas, le permitió asentarse defensivamente. Por supuesto, no ayudó el rendimiento de la portería, a la que se le ha tenido que poner otro parche con Saja, otro armario, este con experiencia.

Pese a que Agné acorazara en las últimas semanas la medular, el asunto no mejoró. Más bien al contrario. Es un lugar que ahora se le vuelve a abrir campo a Valentín por dos razones: tiene recambio en la zona de atrás con el helvético-venezolano y le ha desaparecido la competencia de Erik Morán, que fue titular ante el Lugo un siglo después.

En esa zona, se entiende, Edu Bedia llegó de antemano para resolver la salida del vasco, claro que no es lo mismo, ni siquiera parecido. Mucho peor es lo de la delantera, donde el equipo pierde significación. Muñoz no rindió al nivel, pero fue el fichaje de referencia del ataque en verano. Ahora, claro, solo se puede entender que el equipo está cojo. Medio cojo como poco.

La fisonomía del Zaragoza sigue variando de manera extraordinaria. Están bien presentes los nombres que han aterrizado esta temporada en el club, aunque algunos como Muñoz o Popa se marcharan, ya fuera por desgana o por indolencia. Otros cayeron en la limpia estival, una vez que se decidiera hacer una reforma profunda de la plantilla. Entonces se barrió, por ejemplo, a los tres guardametas (Manu Herrera, Bono y Alcolea) para dar paso a Ratón desde el filial. El asunto de Irureta no ha funcionado, ni siquiera el del joven a ojos de Agné, así que se ha optado por la contratación de Saja, a quien el técnico dejó en el banquillo en su primera tarde.

Además de los tres porteros, se fueron Abraham, Marc Bertrán, Guitián, Diego Rico, Dorca, Jorge Díaz, Campins, Ortí, Culio, Whalley (que estaba cedido en el Huesca), Diamanka, Pedro, Rubén González, Jaime Romero y Sergio Gil. Sin contar a otros del filial como Adán Pérez, Diego Suárez, Kilian, Iñaki Olaortua o Tarsi; o a Mario, que se marchó a Tailandia en primavera, salieron 18 futbolistas del club aragonés. Fue una increíble operación de saneamiento de la plantilla para concebir otro estilo, con jugadores de más personalidad y un nuevo fútbol. Llegaron Barrera, Bagnack, Edu García, Cani, Fran, Casado, Muñoz, Silva, Popa, Irureta, Xumetra, Zapater y José Enrique en verano, lo que el propio Luis Milla consideró más que suficiente.

Los días le harían cambiar de idea. Pronto entendió que necesitaba, como poco, un guardameta y un central. También quería un centrocampista de talento. Ninguna de sus peticiones fue satisfecha en tiempo. El Zaragoza se fue hundiendo y a finales de octubre cayó el entrenador para dar paso a Agné, que llegó con un espíritu similar. Enseguida supo también que le harían falta refuerzos. Lo que no esperaría, seguro, es que consintieran en muscularle tanto el equipo pero le dejaran sin una punta a la que agarrarse.