El Reus era un equipo que pedía a gritos la guillotina. En cuanto tenía el balón ( es un decir), su angustia crecía hasta estrangularle, disminuido por la falta de más de medio equipo titular en la alineación. Pero el Real Zaragoza jamás creyó en sí mismo. Entre una ligera y mentirosa presión alta y un centro del campo empalagoso y aburrido, el conjunto aragonés dejó escapar dos puntos, un triunfo que le sirvieron en bandeja de plata y que despreció de una forma soberana. Los jugadores, con excepción de un Pombo hiperactivo para todo, para participar y para quejarse, y de un Soro que en los cuatro minutos que estuvo volvió a reclamar plaza fija entre los mayores, pecaron de demasiada indolencia. El entrenador, Imanol Idiakez, les acompañó a la hora de los cambios, cuando el encuentro solicitaba, casi tras el descanso, un giro en el chirriante guión previsto. El técnico apuró en exceso para hacer los relevos mientras su colega, Xavi Bartolo, le sellaba todas las puertas con una interpretación bastante más lúcida y fluida. Más ajustada a sus necesidades, que eran muchas.

Esta igualada no tiene lectura positiva alguna porque en ningún momento se temió por el partido. El Reus llegó en una ocasión, víctima al principio de sus tremendas limitaciones e inteligente para evitar la derrota en los minutos clave, cuando el Real Zaragoza se desató con más histeria que cabeza. El resto del encuentro se disputó en el campo de los catalanes, incapaces de dar dos pases seguidos y entregando el esférico hasta con educación muy cerca del área de Edgar Badía. Los regalos los fueron desenvolviendo uno tras otro Buff, Pombo, Gual... Con mucho énfasis pero nula puntería. Achatadas las operaciones en 50 metros, la defensa y Cristian ni se despeinaron. El problema se localizó, de nuevo, en una medular atrofiada que perdió todo su sentido a la media hora. Verdasca anduvo de artista invitado, y James y Ros no consiguieron filtrar un balón en condiciones. Con Lasure y Benito frenados, una alternativa al excesivo y cargante tráfico interior que no apareció, el juego se ensució para tranquilidad de un Reus dedicado en exclusiva a la supervivencia.

Entonces llegó el momento de Idiakez. Sobraban un Buff intrascendente y también Verdasca, ejecutando una labor sinsentido frente al ingenuo oleaje del Reus. El entrenador mantuvo a ambos, promocionando el atasco y provocando una disminución progresiva de ideas según se consumía el oxígeno. Bartolo incrustó un tercer central y y la incorporación de Papunashvili quedó en una nota para el acta. No así las apariciones de Soro ni la de un Álvaro Vázquez que dejó un par de detalles de delantero importante. El canterano apretó los dientes y el acelerador y en su fútbol recuperó el Real Zaragoza un poco el color. Demasiado tarde. En la bandeja de plata quedaron las migas del conformismo.