Con sus siete goles, Juanjo Narváez está en el top-ten de los máximos realizadores de la Segunda División, lejos de artilleros de máximo nivel para la categoría como Djurdjevic, De Tomás, Umar o Rubén Castro, pero bien posicionado. Él solo ha marcado el 38% de los tantos del Real Zaragoza esta temporada. Es una pieza insustituible en este equipo que vive anclado en la parte baja desde el inicio de Liga y que en el Tartiere confirmó que la derrota contra el Alcorcón no fue un caso aislado. Que vienen otra vez las curvas que parecían, en cierto modo, aparcadas.

Hay pocos jugadores a los que se pueda exculpar este año de lo que está sucediendo. Narváez sería uno de ellos. Sobre las espaldas del colombiano está recayendo la responsabilidad absoluta de hacer gol ante la incomparecencia de sus compañeros de puesto, Álex Alegría incluido, que ya ha jugado lo suficiente y fue fichado para ser una solución, no para dar más problemas. Del Toro y de Vuckic, delanteros caros, está todo dicho.

Sin embargo, Narváez tiene un hándicap. Aunque su golpeo es técnicamente muy bueno, no es un goleador puro, con dotes naturales para esa suerte ni la precisión ni la capacidad de definición de los nueves que lo son de nacimiento. En la primera parte en Oviedo disfrutó de una ocasión clarísima tras una magnífica acción de Vigaray llegando a la línea de fondo por la derecha. Su disparo se estrelló antes de coger portería. El Zaragoza más plano volvió a quedarse sin marcar y, otra vez, obsequió al rival con un gol en un fallo conjunto de Jair, que perdió el salto, y sobre todo de Cristian, horroroso en los balones aéreos. Ese es el drama ahora mismo. El Zaragoza vive de los goles de un delantero que rinde pero que no es un goleador. El Zaragoza no tiene gol y, encima, los regala.