Fue desde el principio un partido de novedades, distinto en el ambiente para lo que fue costumbre en las últimas temporadas cuando llegaba la Copa, abandonada como bien se sabe. Había gente, mucha, como un domingo reciente cualquiera. Diferente también fue el recibimiento al rival, muy pitado desde que arriba cantaron las alineaciones, atronador en el abucheo cuando llegó el nombre de Natxo González, que será para siempre recordado por su estampida prematura y desleal. No ha habido perdón, quedó claro. Y él no habrá matado a nadie pero en tierras zaragocistas no hallará jamás clemencia. No asesinó, pero algo se murió aquel día que le destaparon la traición. El resto, el final, bien se conoce. Ayer le desearon lo peor de principio a fin, sobre todo que se fuera de La Romareda. Y cosas peores. Se marchó derrotado (2-1), eliminado de la Copa del Rey por el equipo al que traicionó.

Cambió también la alineación. Y el sistema, el tercero distinto en tres días. O el decimotercero, vaya usted a saber. Ya dijo Idiakez que le importan un bledo los esquemas de juego, que cree más en los futbolistas que en las estructuras. Se admite, pero por ahí se le escapa un pecadillo. El Zaragoza no fue ni parecido al de cuatro días atrás en Oviedo, el del 4-3-3 afilado y punzón, mortal en el desarrollo y la definición. Había entonces tres delanteros, tres. Ayer fue uno en esa remodelación sistemática que se leyó en 4-1-4-1. Javi Ros quedó solo por delante de la defensa, con James y Buff escudando las bandas de Papu y Diego Aguirre, refulgentes con ese ardor impaciente que mostraron desde que el balón rodó.

Antes de pararse en el precoz gol, hay que hablar de la voracidad creciente de este Zaragoza que se come a los contrarios cerca de su área, por lo menos hasta que le dura el fuelle. Va a buscarlos hasta donde haga falta para incomodarles su fútbol más natural. Les aprieta, les obliga, al cabo se equivocan. Así nació el gol de Papu en un chupinazo de toda la vida, cuando Buff y Nieto fueron a la presión en la salida y el balón acabó en las piernas del georgiano. Con la derecha, que es la mala, soltó un lanzamiento seco que se fue cerca de la escuadra derecha de Ortolá. En el minuto 5, del primer bocado, ganaba el Zaragoza.

La temperatura subió en la grada y halló correspondencia en el campo, con Diego Aguirre hiperactivo por la banda izquierda, Ros mandando en pocos toques y el grupo manejándose con naturalidad en la nueva disposición. El Deportivo se asustó entonces a buenos ratos, jugando mal en largo y peor en corto. Perdió decenas de balones entre malentendidos e imprecisiones, con una sola llegada clara al área zaragocista en toda la primera parte.

Al otro lado hubo más dominio que ocasiones, es verdad. Al Zaragoza le faltaba el colmillo de un delantero de verdad y se escurrió en jugadas que pintaban gol. Volaron balones desde los dos flancos sin encontrar un ariete cierto. Pombo, delantero falso, solo encontró un remate claro en un cabezazo picado. El tiempo le daría el premio. Antes, Papu buscó el segundo en la misma escuadra, pero la precisión de su pierna mejor fue inexacta y el balón se fue a la grada acabando el primer tiempo.

El intermedio devolvió a un Deportivo más fiero de carácter y mucho más decidido con el balón. Adelantó 20 yardas sus líneas y pidió el balón para ganar protagonismo. Cuando estaba acunando el primer gol, se encontró con el segundo tanto del Zaragoza en una combinación entre Buff y Pombo, que acertó, esta vez sí, en su testarazo y se fue a celebrarlo con su grito de tigre junto a la jaleosa muchachada del nuevo Gol de Pie, donde se cocinó una atmósfera eléctrica a favor de unos y en contra del infiel.

Al partido, no obstante, le quedaban aún docenas de detalles importantes. El primero llegó en los metros que corrió solo Fede Cartabia para recortar el marcador a 40 minutos para el final. Álex Muñoz salió tarde y el delantero corrió libre para marcar a placer. A Víctor se le escapó el empate un instante después e Idiakez buscó oxígeno en el banquillo.

El lobo entró por el tigre y Soro por Papu con un Deportivo creciente que prometió un final frenético. Lo fue. El Zaragoza notó el paso de los minutos, se cortó el riego que conectaba la medular con el ataque y se atisbó el surimiento. Crecieron las llegadas del equipo gallego, que pensó en un empate razonable para estirar el partido. Krohn-Dehli fue quien más cerca lo tuvo en un disparo al poste cuando ya se oía el final. Cuando las fuerzas faltaron abajo, subieron los decibelios arriba. El ruido perduró hasta el cierre, empujando al Zaragoza a la tercera ronda y echando a su rival. Fue igual hasta el final: «Natxo, fuera, de La Romareda».