En el gran teatro del disparate que es este Real Zaragoza la lección que dio el Castilla en La Romareda fue otra humillación, un absoluto naufragio, para una afición harta de estar harta y que ayer hizo sonar con fuerza la Agapitada, la muestra de repulsa hacia el gran culpable de este esperpento, mientras observaba, con sonrojo e indignación, a un equipo sin alma, perdido y que camina con paso firme para sufrir un año más en Segunda. Ahora, de hecho, está más cerca de Segunda B que del billete directo para subir. A este nivel, al de los 4 últimos partidos, donde ha sumado un punto, pensar en el ascenso directo, que ya se ha ido a nueve, o en la promoción, que está a uno, es solo cosa de ilusos, de ingenuos.

El zaragocismo cargó contra su equipo y su entrenador, al que ya no le sostiene más que la crisis económica de este club paupérrimo, porque tiene todos los deméritos para abandonar su puesto. Digan lo que digan sus dirigentes. Tan indudable es que Paco Herrera no es el culpable de todos los males, dentro de una institución caótica, como que tras 27 jornadas ha sido incapaz de construir un equipo creíble, con una idea sólida y eficaz y que está empeñado en apuestas que solo él entiende, como las de Luis García o Paglialunga, de nuevo nefastos ambos. Ayer, su Zaragoza fue un equipo previsible, sin ritmo de juego y con muy poca movilidad arriba, donde solo Víctor sacó algo la cabeza. Eso, por no hablar de la colección de errores individuales de un equipo desordenado en la presión y con muy pocas hechuras de bloque. Y esos males señalan de forma clara al entrenador, que dice sentirse fuerte, aunque la imagen que da es de estar superado y sobrepasado.

El guión del encuentro obedeció al que tantas veces se ha visto en La Romareda, donde casi cualquier equipo parece capaz de jugar mejor y de ganar. Del Municipal se han escapado ya 23 puntos. Aseguró Herrera que vio durante muchos minutos mejor a su equipo que al Castilla. La realidad fue otra. El rival demostró más consistencia y más pegada, ser un bloque más hecho. Y como el fútbol no deja de tener algo de lógica, se llevo el premio.

El partido ya comenzó con un susto, con Leo Franco saliendo a los pies de De Tomás después de que a Lucas Vázquez se le dieran todas las facilidades para asistir. A la siguiente jugada, Burgui preparó y cocinó un disparo desde la frontal, mientras La Romareda y todo el Zaragoza miraba. Que pase eso con dos mediocentros defensivos es de nota. Henríquez, que volvió al once y se lesionó, dio pocas noticias. Un remate flojo y un pase donde Luis García exhibió lentitud ante Yáñez, por entonces portero del Castilla tras la lesión de Pacheco.

UN RIVAL MEJOR El filial blanco, gobernado por Mascarell y aflilado por Lucas y Burgui, le tomó la medida al Zaragoza a la contra, donde Quini y Lucas pudieron sentenciar antes del descanso, al que se llegó con un disparo de Rico, que despejó el meta, y con el único pase con intención, el que Tarsi le dio a Henríquez, pero Cabrera se anticipó.

Con Roger arriba, el Zaragoza salió a buscar el empate. Fueron los mejores minutos, en los que el colegiado le perdonó la roja a Quini y donde la salida de Cidoncha dio más presencia. Eso sí, Herrera quitó a Tarsi, decisión que La Romareda y el fútbol no entendieron. El cambio era Paglialunga. Víctor empezó a aparecer, con un tiro ajustado y con un pase a Roger que solo él sabe cómo no acabó en gol con todo a favor, mientras que Álvaro, en un córner, y Cidoncha, en un disparo que Yáñez despejó, también rondaron la diana.

La entrada de Diego Suárez por Paglialunga acabó por romper a un Zaragoza partido. Era cuestión de tiempo que una contra lo matara. No acertó William, pero sí Lucas, tras torear a Álvaro y con un disparo que dio en Rico. El gol dictó el epitafio. William decidió autoexpulsarse, pero con diez el Castilla sacó los colores y hasta los olés irónicos de la grada para este Zaragoza que otra vez, como en noviembre, está en muerte clínica.