En medio de una sonora pitada abandonó Luis García el partido tras fallar el penalti que hubiera supuesto la victoria. Le animó Herrera, lo mismo que los ayudantes del técnico, mientras él se metía a la carrera en el banquillo y con un evidente gesto de desolación en el rostro. El entrenador contó después que Luis García rompió a llorar en el vestuario después de un triste final de su mejor partido como zaragocista, aunque el listón lo tenía muy bajo, y donde rozó el papel de protagonista de un triunfo para irse señalado con un empate que deja más expuesto si cabe a Herrera, a su gran valedor.

Porque el técnico, el mismo que anunció que iría a la guerra con Luis García, fue el principal destinatario de las iras de la grada en el descuento, cuando el doloroso empate se hacía una realidad imparable. Está claro que no hay paz en el Zaragoza para Luis García, antaño un estupendo mediapunta que llegó a su mejor nivel en el Espanyol y que arribó en el 2011 a La Romareda en pleno e imparable descenso en su carrera, algo que ni en su aventura en México ni en Segunda ha podido poner freno.

Mala estadística

El hándicap de la velocidad y el bajón físico le lastran y su nivel como titular ha sido paupérrimo. De hecho, el Zaragoza solo ha ganado en esta temporada dos partidos de 13 con él en el once. Sin embargo, no se puede negar su carácter, las ganas de ayudar y la obstinación en no esconderse. Por ahí se entiende que Herrera se fuera a la guerra con él. Lo probable es que regresaran ambos caídos en el frente.

A fuerza de minutos y con el peaje que implica, Luis ha ido mejorando. Muy poco, sí, pero algo. En Huelva marcó y estuvo activo y ayer dio bastante desde la mediapunta. El gol de Roger sale de sus botas, le puso otro en la segunda parte, que remató de chilena, obligó a Miño a una parada que fue al larguero tras una falta y se asoció en ataque. Y mantiene su valor en las acciones de estrategia.

Por ahí, su primera tarde de gloria en La Romareda podía llegar cuando agarró el balón para tirar el penalti. Tiene buen golpeo y ha sido ejecutor más o menos habitual de ellos en su carrera, por lo que a nadie puede extrañar que él fuera el encargado. Pero Miño le adivinó la idea y el disparo no lo ajustó tanto como debía para que La Romareda estallara primero en el lamento y después en la ira hacia el jugador, al que le esperaba Esnáider para el cambio nada más fallar. Ha tenido partidos de un nivel mucho más bajo, pero esta vez recibió la más sonora pitada en su triste etapa zaragocista.