Hacia un nuevo mundo se dirigía el Real Zaragoza a principios de marzo, cabalgando al galope a lomos de una trayectoria netamente ascendente y con un fútbol consolidado y redondo, y en un nuevo mundo despertará este sábado, ya con la noche caída sobre el estadio, cuando salte a las 21.30 horas a La Romareda para enfrentarse al Alcorcón, el primero de once esprints hasta el final del campeonato, un torneo comprimido para velocistas y con un único objetivo en el horizonte: el ascenso directo a Primera. Todo ha cambiado en tres meses. Fundamentalmente, la vida. Pero también el fútbol. Por el momento, hasta que el Gobierno decida si volver a abrir los campos a los aficionados, las gradas estarán vacías, el silencio acallará al bullicio y solo los juegos de artificio con cánticos enlatados disimularán ese sonido tan antinatural que siempre ha escapado al oído humano en situación de normalidad, la vieja, que la nueva aunque se vista de mona, mona se queda: el del jugador golpeando el balón.

Todo habrá cambiado. El entorno, la magia del griterío, la atmósfera, la espiritualidad del fútbol con la afición animando, hasta la escenificación de los partidos. Los suplentes de los dos equipos llevarán mascarillas, serán una tropa (de los 18 se puede llegar ahora a 23) y estarán separados por una distancia de seguridad. En el eco infinito del campo, no hay nada menos vacío que un estadio vacío, no hay nada menos mudo que las gradas sin nadie, atronarán los gritos de los jugadores y las consignas de los entrenadores. Todo habrá cambiado menos la esencia deportiva más pura: sobre el rectángulo de juego volverán a ser once contra once, con la posibilidad ahora de hacer cinco cambios en un máximo de tres tandas.

Al Real Zaragoza, la crisis sanitaria no solo no le pilló en dificultades sino que le agarró en trance. Era un huracán futbolístico que arrasaba con todo a su paso. Se había aupado hasta la segunda posición de la tabla, a solo un punto del Cádiz, que sentía en el cogote un frío cierzo del norte, y aventajaba en cinco puntos al Almería y al Huesca, tercero y cuarto, respectivamente. Ahora ya son solo dos con los azulgranas, que vencieron (1-3) en Málaga.

LOS NÚMEROS / El equipo de Víctor Fernández había sumado 22 puntos de los últimos 30, era el que menos partidos había perdido (seis, como el Rayo), el segundo que más había ganado (15, por detrás de los 16 del Cádiz), el segundo más goleador con 45 tantos (por los 51 del Almería), el tercero que menos encajaba con 29 goles (por detrás de los 27 del Málaga y los 30 del líder)… Un catálogo de datos que reflejaba de manera muy fehaciente el estado del Zaragoza hace tres meses y su magnífico punto de equilibrio, ese sueño siempre buscado por los técnicos.

Todo eso ahora no sirve de nada, aunque sirva de mucho. Sobre todo tiene una utilidad principal y que, a la postre, puede ser definitiva: iniciar esta carrera hasta el 19 de julio con varios cuerpos de distancia sobre sus perseguidores, con el calor, la amenaza de lesiones y un mar de incógnitas por resolver como atrezzo añadido. Nada será como era, aunque la intención del Zaragoza es que lo siga siendo.

Víctor se enfrenta a su primer gran contratiempo, una nueva lesión muscular de Vigaray, la cuarta, unida al problema de los ligamentos del tobillo de Delmás. Los dos ocupantes del lateral derecho han caído a la vez y el entrenador tendrá que improvisar una solución. Guitián parece la más cercana, aunque tiene otras: mover a El Yamiq, o Zapater, Francés o Borge. Para la causa, el técnico recupera al ejeano y queda pendiente de ver cuál es el nivel de Suárez, Puado, Cristian, El Yamiq y Guti, su columna vertebral. Y qué aportan los que no lo hicieron, Kagawa y James especialmente. El Alcorcón no ha perdido fuera hasta el momento. Eso fue antes. Ahora estamos en otro mundo. Y hacia otro mundo, la Primera División, empieza a caminar el Zaragoza.