Son las rutinas aquello que compone la esencia de un equipo. Un himno cantado a pleno pulmón independientemente de la tesitura. Un mar de bufandas postradas al unísono antes de iniciarse la contienda. Poner flores en una esquina del campo. Son tradiciones que se van asentando en la mente de cada aficionado, incluso se pasan de generación en generación, pero antes de convertirse en una rutina han tenido que surgir por un motivo. Quizás de forma espontánea. Como los recibimientos al bus por parte del zaragocismo. Una ceremonia que se repitió ayer, sin ser final de temporada, únicamente por ser día de partido.

Este tipo de acontecimientos suelen celebrarse en ocasiones puntuales, casi siempre en la antesala al éxito, cuando la fidelidad se vende muy barata. La afición blanquilla demostró que los recibimientos al equipo ya son un ritual. No algo esporádico, ni artificial, así lo manifestarion al congregarse una multitud blanquiazul en el primer partido de Liga, de su sexto año consecutivo en Segunda, frente al Rayo Majadahonda. No es el escenario más seductor para el aficionado, pero esto va más allá del contexto. La gente vibró ante la llegada del bus, se agolpó, como durante el curso pasado. Surgió ese característico olor a pólvora fruto de la pirotecnia. «Me he pasado para ver qué ambiente había y me he quedado asombrado. ¡Esto está a reventar!», confesaba un seguidor en los instantes previos a la llegada de la expedición zaragocista.

Entre las más de 1.500 cabezas presentes en los aledaños de La Romareda estaba Alberto Zapater, todavía lesionado y fuera de la convocatoria. No quiso perderse el primer acto de fe del año, alentando como uno más con su hija sentada a sus hombros, mientras miraba ojiplática todo el griterío que tenía montado a su alrededor. O Borja Iglesias, que tampoco faltó la cita en La Romareda. El sábado jugó en Balaídos con el Espanyol y ayer estaba en Zaragoza. En su sitio, como buen abonado.

Parecía un partido del montón. El clásico choque inicial que suele ser sinónimo de gradas vacías y atmósferas desangeladas. Normalmente la culpa cae sobre el mes de agosto, que la gente está de vacaciones. No importa. La afición zaragocista rompió con los estereotipos. No hizo caso al horario, pasó del calor sofocante y volvió a hacer ese ritual que tan buen resultado les trajo el curso pasado. Recibieron a sus futbolistas, esos que tienen que ser los encargados de devolverles a lo más alto. Han comprendido que desde fuera del césped también se gana. Por eso esta ceremonia seguirá sucediéndose.