Nadie del consejo, ni siquiera el presidente como embajador de protocolos, apareció en público para certificar si Iván Martínez era un técnico interino o un técnico para completar al menos la temporada actual. Solo Lalo Arantegui confirmó que se trataba de una decisión con timbre de futuro en una rueda de prensa con protagonismo para las negociaciones mantenidas con Víctor Fernández, cuestión que el director deportivo dio por cerrada y que fue contestada en sentido contrario por el abogado del laureado y veterano entrenador. Nadie en la cúpula rechistó contra ese comunicado rectificador, lo que avivó un pulso de egos tan inoportuno y dañino en estos momentos. El escenario jamás pudo despejarse de la ambigüedad de los silencios oficiales que caracteriza al gobierno de un club que peca de negociar con caprichos la parcela deportiva. Iván Martínez ha dirigido así al equipo entre fuegos cruzados, miradas oblicuas y conversaciones vivas con otro profesional del banquillo que aspira a posiciones de mayor jerarquía en la entidad y que cuenta con las simpatías de buena parte de la afición zaragocista.

La crisis no se localiza en exclusiva en el terreno de juego, sino que afecta de lleno a unos dirigentes que pilotan sin carné un vehículo sobre una capa de hielo. La crudeza del rendimiento del equipo, la incertidumbre de un futuro en apariencia irreparable y el respeto hacia unos seguidores cuyo desesperanza necesita como antídoto la información precisa, exige la mayor trasparencia posible y, sobre todo, la firmeza en la toma de decisiones administrativas. Por contra se fomenta el desencuentro, una especie de guerra civil por imponer criterios personales mientras fuera caen bombas atómicas. Lo que pide el Real Zaragoza a gritos son futbolistas no entrenadores y, reformado el vestuario, la continuidad con su inexperiencia pero su autenticidad de Iván Martínez antes que hipotecarse al pasado por muy tentador que resulte. Por cómo doblan las campanas, el cambio se aproxima, y con él alguna cabeza en la bandeja para contentar a la opinión pública. Y despertarse de nuevo en el viejo 'día de la Recopa' sin sus héroes de pantalón corto.