El Real Zaragoza busca desesperadamente alguien que quiera asumir el reto mayúsculo de revivir a un cadáver. El equipo aragonés acumula seis derrotas consecutivas y doce partidos sin ganar y, además, estrenará en breve, aunque aún no, su tercer técnico de una temporada esperpéntica y espantosa. La Segunda B acecha y, con ella, una muerte casi segura. Esa acelerada búsqueda de entrenador supone el adiós de Iván Martínez, que volverá al filial en cuanto llegue ese entrenador a la plantilla zaragocista después de no haber sido capaz de sumar un solo punto en los cinco encuentros en los que ha estado al frente del equipo. Sobrepasado por la situación, el aragonés se convierte en una víctima más de una desastrosa planificación.

Víctor Fernández era la primera opción. El mandato del máximo accionista, César Alierta, era diáfano y representa el 49% del capital social entre los títulos a su nombre y los de su sociedad, Prado de Altaoja, teniendo en cuenta que su sobrino y vicepresidente de la entidad, Fernando Sainz de Varanda tiene el 1,56% para completar la mayoría del capital. Y el máximo accionista dio una orden clara. El regreso del técnico debía hacerse efectivo cuanto antes, pero no solo como entrenador sino con plenos poderes en el plano deportivo y como ejecutor de una limpieza a fondo en el club. Pero esa idea no era compartida por el consejo o, al menos, por parte de él. La vuelta de Víctor era un deseo compartido y unánime, sí, pero no había ese consenso en lo que a su función y cargo. Alierta quería un mánager pero parte del Consejo de Administración de la entidad recelaba de su capacidad para acometer una remodelación y se apelaba a su demostrada capacidad para tomar las riendas del equipo, salvarlo del desastre y serenar los ánimos. Un bombero más que un limpiador, alguien que cambiara el proyecto de arriba abajo.

Esa falta de consenso, la sensación de una ausencia de confianza que ya percibió a finales de la pasada campaña, cuando el equipo perdió el ascenso directo y peleó en el playoff para caer ante el Elche, y las dudas acerca de las posibilidades del club en el mercado invernal llevaron a Víctor a rechazar la propuesta, al menos, de momento, aunque en la entidad esa vía ya se da por perdida.

Miedo al fracaso

Aun así, tanto el entrenador como el club son imprevisibles, por lo que convendría no descartar taxativamente la posibilidad de un futuro regreso. Víctor escuchó al Zaragoza pero no le convenció y tuvo miedo al fracaso. El recuerdo, además, del fiasco tras el confinamiento en la pasada temporada todavía escuece en el ánimo. Y, aunque aquel comunicado de su abogado, Julio Beltrán, aseguraba que nunca rechazaría al Zaragoza, lo hizo esta vez. Se sentó, escuchó, valoró y decidió.

Pero la puerta continúa abierta. Ya sin Lalo, cuya cabeza nunca exigió el técnico para regresar, pero con el que Víctor no podía volver a complementarse a pesar de los insistentes deseos en esta dirección de personas influyentes en el club. Además, la por ahora frustrada llegada, en uno u otro modo, de César Sánchez, que incluso habría contactado con el técnico para obtener una clara exposición de la situación actual, o Ander facilitaría las cosas.

Tal vez por eso, todas las miradas se volvieron hacia Víctor cuando trascendió la negativa de Paco Jémez el jueves a hacerse cargo del Zaragoza, vía reabierta ahora. Todo parecía encajar. El equipo no tenía entrenador y el consejo había decidido cambiar el rumbo de la dirección deportiva. Pero la opción de Víctor ya estaba en una vía muerta.