El Real Zaragoza lleva ya mucho tiempo pareciendo un equipo cualquiera. Y su entrenador, Víctor Fernández, un técnico con poca capacidad para buscar soluciones no ya contra el intratable Cádiz, sino incluso contra el Mirandés o el Fuenlabrada el pasado miércoles, dos equipos recién ascendidos y de modestísimos presupuestos. Es como si al preparador le viniera grande la categoría al margen de que la plantilla que le ha puesto Lalo Arantegui sobre la mesa no sea tan exuberante como se publicitó al principio desde los foros amigos de uno y de otro. Las bajas de Vigaray y de Dwamena han afectado al equipo, pero no lo suficiente como para condicionarlo de tal forma. Es cierto que faltan un mediocentro por ejemplo como Guridi y un delantero del corte de Marcos André, ambos bajo la tutoría de Iraola. También un central aunque el futuro de Clemente prometa, porque el resto son del montón.

La segunda derrota consecutiva --una sola victoria en siete jornadas-- no supone una tragedia clasificatoria porque el conjunto aragonés se queda en la quinta plaza cuando aspiraba a la segunda antes de comenzar el encuentro. Sin embargo, lo de menos es precisamente esa privilegiada posición, ensombrecida por una espectacular caída de rendimiento individual y colectivo y edulcorada para la vista por los resultados demenciales que se dan en Segunda. Sin duda, por los experimentos de Víctor Fernández para mantener dentro del once a Igbekeme y Kagawa y desplazar a Guti al lateral derecho cuando el aragonés es el único capacitado para liderar físicamente un centro del campo agonizante. El nigeriano, un futbolista sobrevalorado como ningún otro, y el japonés, van con la lengua fuera desde el calentamiento. Mientras, Eguaras trota a su marcha.

Lo del tridente en Fuenlabrada sin un punta específico bajo la excusa de la rotación resultó un fiasco que contra el Mirandés alcanzó niveles humillantes ya con los principales en el campo. Se centró entonces la crítica en un pequeño fondo de armario pero en la noche cerrada del domingo se comprobó que también hay poco vestuario de primeras marcas. Guti, algún detalle de Soro, Cristian mientras pudo y Luis Suárez en su guerra del fin del mundo no pudieron evitar que el Mirándes se burlara de un Real Zaragoza que se elevó a las alturas con un inicio de curso trufado de triunfos sufridos en muchos casos y que hoy en día callejea con los bolsillos vacíos. Los futbolistas no saben qué hacer y el entrenador improvisa como un principiante. Un día se recupera a Pombo de las catacumbas y otro se rescata a Linares del álbum de cromos para el arreón final. Se han perdido muchas cosas, la seriedad entre ellas.

El calendario a partir de ahora trae consigo adversarios de más enjundia que el Mirandés, que por otra parte pareció en el Municipal un conjunto procedente de la Champions. Si se aspira aún a entrar entre los seis primeros, además de acudir al mercado como solicita el entrenador vía oficial y por los altavoces que simpatizan con sus mensajes, habrá que reconocer que jugar a pecho descubierto en Segunda es un suicidio y poner en el césped y en su lugar a quienes tengan salud. No hay ídolos, ni mesías, ni semidioses en este Real Zaragoza porque entonces a Guridi e Iraola habría que levantarles un templo en Miranda de Ebro. La humildad es un divino tesoro en ciertas manos. Muchas veces la mejor estrategia.