Leo Beenhakker estaba nervioso. Se había fumado en apenas una hora el paquete de tabaco que compró en el quiosco del aeropuerto de Barajas. Tenía por delante un largo vuelo hacia Buenos Aires y eso de subirse a un avión le producía una fuerte angustia. A su lado estaba Avelino Chaves, calmado, echando una ojeada a ese informe tan detallado sobre Juan Alberto Barbas. Con sus manos estaba trazando una operación cargada de astucia para hacerse con una de las joyas argentinas por las que suspiraba toda Europa allá por 1982.

Aquel chico de 22 años apodado ‘Barbitas’ era muy popular gracias a su pomposo papel en el Mundial juvenil de 1979. Fascinó a todos. Hacía un fútbol selecto, perteneciente a las clases más elitistas de este deporte. El propio Diego Armando Maradona, al que le unía una fuerte amistad, reconocía que fue su mejor compinche; cumpliendo aquello de que los genios se entienden mejor. Quizás hoy en día su caché sería equiparable al de esos astros precoces que firman por equipos gobernados por el fastuoso capital extranjero. Toda una figura cuya contratación requería de rapidez y determinación, algo que se le daba muy bien a Avelino.

La amistad que unía al secretario técnico blanquillo con Félix Latrónico, intermediario estrella de jugadores sudamericanos, permitió alcanzar un precontrato con Racing de Avellaneda por el volante albiceleste y así adelantarse a algunos gigantes europeos. Las condiciones que selló Avelino eran muy favorables para el Real Zaragoza: debían de abonar 50 millones de pesetas (300.000 euros) en un plazo de un mes para hacerse con el futbolista. Esta opción de preferencia tenía un objetivo claro, evitar tener que negociar tras el Mundial de España de 1982 ya que su precio podía dispararse. Con la operación rubricada se trasladaban a la ciudad bonaerense el responsable de la parcela técnica junto al preparador Leo Beenhakker. El entusiasmo del holandés por incorporar a un jugador tan delicioso para su libreta se imponía al malestar cáustico que le provocaban las alturas.

Vencida esa interminable travesía cargada de turbulencias pusieron los pies en Buenos Aires. La próxima parada era El Monumental de River para ver un partido amistoso entre Argentina y Alemania. En el once titular figuraba un Juan Alberto Barbas que estaba al tanto de todos los rumores. «Horas antes del encuentro me llegó la noticia de que en la cancha había gente del Real Zaragoza. En estas situaciones sueles entrar en el nerviosismo por si no les agradas pero yo estuve muy tranquilo», reconoce el exfutbolista blanquillo. Una vez finalizada la contienda, Barbas fue abordado por un miembro del cuerpo técnico argentino: «Juan Alberto, el señor Chaves le espera en la recepción de su hotel», le dijo.

Al entrar en la sala, Barbas tardó pocos minutos en ser seducido por el proyecto. «Avelino me atrapó desde el primer momento. Sabía todo sobre mí: que venía de una familia muy humilde, que trabajé en una fábrica de metal a los 15 años y que tenía novia. Recuerdo que me dijo ‘ficho futbolistas, pero antes ficho personas’. Avelino era un adelantado del fútbol, tenía un ojo para el fútbol único». Todos quedaron entusiasmados y a los pocos días se ejecutó la opción de compra. Sin embargo, el secretario técnico zaragozano tiró de su inconfundible sagacidad para evitar pagar la totalidad del traspaso.

El caso de Trobbiani

El Real Zaragoza había vendido a Marcelo Trobbiani por cerca de 35 millones de pesetas a Boca Juniors, un argentino campeón del mundo que no había triunfado en La Romareda. Esta cantidad todavía se le adeudaba al club aragonés y se estimaba que el cobro de esta no iba a ser inmediato. Avelino comunicó al Racing de Avellaneda que se incluiría esta deuda en el trato y que Boca se hacía cargo de satisfacerles económicamente con su parte. «Fue una operación que salió adelante por la buena relación que tenían todas las partes. Un directivo de Racing, Guillermo Coppola, era fanático de Boca y además era representante de varios de sus jugadores, por lo que todo resultó fácil», comenta Barbas.

Apenas 15 millones de pesetas (poco más de 90.000 euros) por un futbolista de talla mundial, algo que en aquella época resultó un movimiento estelar. Avelino Chaves trajo a Juan Alberto Barbas al Real Zaragoza. Todo salió redondo. Llegaba un jugador exquisito, la esencia de un centrocampista de ensueño en un frasco de porcelana. «Tuve la suerte de disfrutar un fútbol de salón. Pocos equipos de España jugaban como nosotros. Mi familia y yo vivimos muy buenos momentos en Zaragoza. Además, estuvimos en un piso precioso donde había estado viviendo Trobbiani, al lado del estadio. ¡Cómo es el destino!», asevera el argentino.

Han pasado más de 35 años de que aquel episodio donde Avelino Chaves realizó una operación maestra que cambió el destino de ‘Barbitas’, aquel joven que prometió a su madre que sacaría a su familia de aquella casa con techo de cartón en el barrio bonaerense de Villa Zagala. «En Zaragoza pasé parte de los mejores años de mi vida. A esta ciudad solo le falta mar para ser perfecta. Fíjate si me marcó esa linda ciudad que mi hija mayor se llama María Pilar, en honor a mi querida ‘Pilarica’».